Aunque nacida en Avilés, todos, y ella misma, la consideran navarra por los cuatro costados. A finales de la década de los 40 se traslada la niña María Dolores Ostiz Espila con su familia a Pamplona. Allí desarrollará su afición por el canto y a principios de los 60 la vemos ya enrolada como cantante en las orquestas que amenizan veladas y bailes en distintos locales, como el Hotel Tres Reyes o el Club de Tenis. Al mismo tiempo sigue estudios de canto en el conservatorio de su ciudad. Sus dotes vocales no pasan desapercibidas y es fichada por la RCA. Con el nombre de Lorella grabará allí dos EP en 1965. Se la encuadró injustamente dentro del grupo de las chicas ye yé, aunque con la particularidad de que Lorella grababa sus propios temas siempre que la dejaban, claro.
Aquellos discos de RCA no tuvieron excesiva trascendencia y Lorella dejó pronto de existir. En aquella época va a vivir a Madrid, donde estudia Arte Dramático, y la música pasa a segundo plano. En 1967 unos amigos la convencen para actuar en una fiesta de paso del ecuador, nada menos que junto a Massiel. “Una guitarra hace siempre amigos”, suele decir la cantante y con solo tres canciones preparadas allí se presenta. Los aplausos de un sorprendido público amigo la hacen seguir en el escenario más de una hora, repitiendo varias veces esas tres canciones. Sus letras poéticas, su imagen y sus melodías plenamente folk, su compromiso con la tierra y el paisaje, su buena voz y su destreza con la guitarra no pasan desapercibidas, Hispavox le va a poner un contrato delante…y ella va a aceptar dejar otros quehaceres y regresar a la música.
Antes que 1967 acabe va a poner en el mercado un single con una canción memorable y un LP sin desperdicio. El LP llevaba su nombre como toda identificación en la portada y el single en cuestión venia encabezado por “No sabes como sufrí”, una de las más bellas canciones de la música española, que luego sería versioneada por Miguel Ríos. Había nacido una estrella. Una estrella distinta, que se sentaba en una silla, vestía faldas largas de inspiración rural y se acompañaba en directo con su guitarra y poco más.
Enseguida se la comparó con las grandes del folk americano: Joan Baez y Judy Collins, aunque se distinguía de éstas por el aire medieval y renacentista que respiraban sus canciones. Al año siguiente aparecerá su segundo álbum: “María Ostiz” (Hispavox, 1968) con temas como Aleluya del silencio” o “Mi amiga Catalina”, que acaban por afianzarla como la gran cantautora del folk español. Su presencia tímida y sin apenas maquillaje se hace habitual en platós de televisión y escenarios de toda España. También los tenues arreglos de Rafael Trabuchelli y tener a Waldo de los Ríos al frente de una orquesta siempre en segundo plano acaban por definir su estilo personal.
Ella es por encima de todo autora; sin embargo, su mayor éxito comercial le va a llegar con la recreación en los últimos meses de 1969 de la canción popular gallega “N’a veiriña do mar”. Este tema alcanzará a principios de 1970 el nº1 de las listas de ventas durante una semana y tres semanas más ocupará el puesto cabecero de la lista de popularidad de Los 40 Principales. Es el gran momento de la canción en gallego con Andrés do Barro como referente más importante.
A partir de ese momento y durante varios años la carrera de María Ostiz va a sufrir un lento declive, que no va a impedir que alcance éxitos menores con canciones como el villancico: “A cantar”.
En 1974 se va a casar con Ignacio Zoco, aquel medio defensivo rubio y larguirucho que fue capitán del Real Madrid. Navarro como ella y poco amigo de los eventos sociales, formarán una de esas parejas bien avenidas que han perdurado en el tiempo. Cuando la carrera de María Ostiz parece abocada a su fin, va a surgir una oportunidad de oro. Televisión Española va a designarla para acudir al Festival de la OTI de 1976 y, además, le va a dar carta blanca para que lo haga con una canción propia. El tema va a llamarse “Canta cigarra” y va a vencer en el certamen, aupándose enseguida a los primeros puestos de las listas a los dos lados del Atlántico. El empujón que supone ese triunfo va a relanzar la carrera de la cantante, que aún va a vivir una segunda etapa de triunfos con temas tan importantes como: Un pueblo es” y “España sin ir más lejos”.
En 1978, la música española ha cambiado sus rumbos y los cantautores ya no son la palanca de ningún cambio. Es la hora de renovarse o desaparecer y María Ostiz guarda su guitarra y decide abandonar la música. Una década después hará un leve intento de regreso con el poco conocido LP “Mujer” (Horus, 1987) que no tendrá continuidad.
Actualmente reside en Navarra junto a su marido, y ambos, a pesar de lo poco amigos de los focos que siempre han sido, son dos de los iconos vivos más queridos en su región. Se ha criticado a María Ostiz, a pesar de reconocer que es una de las mejores autoras españolas de todas las épocas. Pero estas críticas le han venido por una supuesta falta de beligerancia social en los años de la transición y por su reconocida militancia católica de la que siempre hizo gala. Ambas cosas son injustas. Las letras de María entroncan con el pueblo adusto de Machado y sus músicas tienen sabor a medievo y campo en primavera. Nadie como ella ha sabido plasmar los paisajes de España y en un momento de semiprohibición se la jugó, sacando a la calle discos en gallego y euskera, contribuyendo a abrir ese camino del pluralismo del que después políticos oportunistas se adueñaron. En cuanto a sus creencias religiosas, que siempre defendió, poco o nada tienen que ver con su calidad musical, mal que les pese a algún detractor. Junto a Mari Trini y Cecilia, María Ostiz forma el trío de grandes autoras de la canción en castellano. Tres damas que, por desgracia, no han sido relevadas por las jóvenes generaciones. Tres islas de calidad y sensibilidad que a pesar de los años transcurridos siguen siendo las tres cimas más significativas de las cantautoras españolas.
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