En 1978 el grupo madrileño Azahar se escinde. Dos de sus cuatro componentes: Antonio Valls y Dick Zappala deciden seguir adelante con el grupo. Los otros dos: Jorge -Flaco- Barral (guitarra acústica y bajo) y Gustavo Ros (teclados) abandonan y comienzan un nuevo proyecto, que denominan Azabache. Con ellos también se irá el productor Gonzalo García Pelayo, que les consigue un contrato con Movieplay, dentro de la serie Gong, que él mismo dirige, en la que ya estaba encuadrado Azahar. En principio, completarán el grupo con el guitarrista Daniel Henestrosa y el batería Ricardo Valle. No obstante, muchos pensamos entonces que Azabache era un dúo. Basta ver la foto que acompaña este comentario para apreciar a Gustavo Ros, a la izquierda, y Flaco Barral, a la derecha, ambos en primer plano. Al fondo, muy al fondo, los otros dos componentes. Esta foto, que figura en la contraportada de su primer LP y fue portada de uno de sus singles, deja a las claras quiénes partían el bacalao en la formación.
En 1979 aparecerá su primer disco, el largo “Días de Luna” (Movieplay, 1979) que obtendría unas modestas ventas. Al año siguiente, el batería deja el grupo y el Flaco Barral va a traer un compatriota uruguayo para ocupar el puesto: Hermes Calabria. En ese momento de cambios en el grupo, entrará también Miguel Torres (voz y flauta). Lanzan «No, Gracias» (Movieplay, 1980), este segundo disco, aunque supone una clara evolución respecto al primero, tampoco acaba de funcionar en cuanto a ventas y Azabache pasa a mejor vida a principios de 1981.
Cuando uno escucha los viejos discos de Azabache, piensa que algo se le escapa, que hay algo que no acaba de comprender en lo que está oyendo. Evidentemente, el punto de partida es el rock progresivo, pero en cada corte el grupo parece querer jugar al despiste con el oyente. Temas de folk instrumental como “Noche de meigas galopantes”, sonoros aldabonazos a la naciente nueva ola en “Cuidado con la Marisol”, música progresiva tópica en “Algún día”, claras referencias a Mick Oldfield en las guitarras, etc. Y esto sólo por referirme a su primer LP. Ese batiburrillo de estilos hace que su primer disco suene indefinido, aunque en él un oyente atento va a encontrar momentos memorables. Tampoco ayuda el hecho de que Azabache carecía de cantante en sentido estricto y las canciones aparecen cantadas indistintamente por cualquiera de los miembros del cuarteto.
Su segundo disco se apunta a un rock urbano y un tanto apocalíptico. Las referencias a los dos estilos, supuestamente antagónicos, que imperaban en el Madrid de 1980: el rock urbano y los primeros trabajos importantes de La Movida aquí se nos presentan entremezclados. Azabache logra en su segunda producción un buen disco de rock, con letras de mensaje más o menos ecologista y una producción mejorable. Las mezclas dejan bastante que desear y el sonido general resulta algo oscuro y plano a pesar de la interpretación llena de matices que realiza la banda. Estas deficiencias técnicas restan posibilidades a un disco que intentaba aunar estilos y que podría haber resultado muy interesante.
Azabache como vino se fue, sin ruido, con actuaciones que casi siempre se desarrollaron en pequeñas salas y dejando tras de sí dos álbumes difícilmente clasificables, con un tono general de medianía, pero con detalles instrumentales y momentos compositivos de alta escuela.
Sus componentes siguieron en la brecha. A Flaco Barral y su bajo lo encontraremos acompañando a Hilario Camacho, formando parte de Labanda y al frente del estudio de grabación Colores, donde grabarían Siniestro Total, Vulpess, 091 y un largo etcétera de grupos de los ochenta. A Hermes Calabria lo veremos solo unos meses después de la desaparición del grupo sentado tras los tambores de Coz y en 1982 formando parte de Barón Rojo.
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