Último disco de la banda en estudio. Trabajo complicado en su elaboración (marcada por el avance de la enfermedad de Víctor y la sustitución de Bingen justo al empezar la grabación) y marcado inevitablemente por la muerte del cantante al poco de salir al mercado. Se convertiría pues, en contra de lo deseado, en un auténtico testamento musical.
En lo estrictamente musical es un disco eminentemente de rock, lindando con las fronteras de su versión más pesada en muchas ocasiones. «Rock sin más, punk con mucho rocanrol» decía de él el periodista Pablo Cabeza en la reseña del disco e inevitable esquela que escribió en el periódico Egin en junio de 1995. «Abandono del punk para atacar un rock hiriente«. Paso más de la evolución en la que se encontraba el grupo desde sus inicios punk-hardcore, probablemente exija más del seguidor de la banda, que el paso a tonos más oscuros pero igualmente guitarreros que supuso «A un Paso de la Locura» (Discos Suicidas, 1990).
Las letras resultan algo más flojas que en ocasiones anteriores. Sangre, violencia, bestias, vampiros, licántropos… en composiciones de pocas frases repetidas de forma quizás excesiva.
El comienzo y cierre con las dos partes de «El ejercicio del crimen» son muy atractivos. Estos dos temas, junto a «Radio Terror«, «Luna llena» y «Al borde de la carretera» ya se habían presentado en el anterior trabajo de la banda, el directo «El Ejercicio del Crimen» (Discos Suicidas, 1995).
«Instinto criminal» pudiera pasar por el momento más flojo del disco. Con el siguiente corte «Salto al vacío» el grupo manifiesta la pasión por el rock sin concesiones, como el facturado en los últimos trabajos de Cicatriz.
A destacar las colaboraciones para arropar al amigo Víctor, de Fermín Muguruza (que además le dedicaría el tema «Aizu» con Negu Gorriak), de Santi (Baldín Bada) y su compañera Maite en «Radio Crimen».