Se decantan por los ritmos rockeros (a veces tan o más rockeros que Emilio Aragón), que tienen el problema de que a pesar de sonar correctos cuando son bien ejecutados, siempre son menos originales y en general más aburridos. Se quieren tomar más en serio, como queriendo hacer música de verdad; como si todo lo anterior -¡ja!- fuese un juego de niños. Incluso dicen: «Puede que esta noche la muerte te invite al baile». Pues no, señores. No apetece tanto como antes.
Un comienzo correcto nos indica que esta es otra historia. Ritmos sureños en «Las torres del silencio», órganos. «El Rey del aftersun» recobra los ritmos ágiles y alegres, y se agradece. Tanto que es de las mejores del lote, recordando lejanamente a los celos de Seres Vacíos.
Tras saltar por la atropellada, ruidosa, mareante, embarrullada «La verde duda», llegamos a «El crimen de la calle Libertad», r&r con un ritmo parecido al «Holocausto caníbal» de su ya tan lejano primer y excelente trabajo. Lejos lejos.
Cierra «Alicia», una canción que podría ser tanto de La Mode como de los Hombres G, y con la que estuvieron cerca de ir a Eurovisión. ¡País!