Seré claro. Éste es mi disco favorito de los catalanes. Muchas veces tus preferencias no siempre coinciden con lo que es la obra más pulida o perfeccionada de una banda. Es más, creo que cuando te apasiona algo de verdad, sientes mayor apego por aquellas incursiones que con sus pequeños fallos se acercaron mucho mucho a esa difícil ecuación entre autenticidad, empatía con el oyente, creatividad medida y vertiginosas propuestas, pero, sin lograrlo del todo, como si lo acariciaran y conscientemente redujeran las ruedas reguladoras de una excesiva armonía. ¿La explicación? Quizá porque esto tan humano nos recuerda más a nuestra propia percepción de la belleza: herida, extraña, magnética.
El «Trucar a Casa. Recollir les Fotos. Pagar la Multa» (Discmedi, 2005), es exactamente eso: un disco sentido, acariciado, cotidiano, como ingeniosamente indica su título. El salto y mutación es de altura, aunque como ya avanzaremos y expondremos, Mishima siempre gira, replantea, perfecciona. Nunca repite o toma la misma senda; a pesar de que cierto sector de la crítica se empeñe en usar anteojos.
Lo primero en la lengua. El uso del catalán ha favorecido y mucho su expansividad y su cercanía; a pesar de esa mayor proximidad algún cateto dirá que el catalán es una lengua muy limitada incluso aquí en el estado español, es posible, pero la elección es maravillosa dado que al fin y al cabo ésta es su lengua materna, lo que les brinda mayores posibilidades de expresar esas cosas enigmáticas, de dentro, tan escurridizas. Por otra parte, en este disco David empieza su lucha por captar la esencia, reduciendo los tiempos o como él mismo ha dicho «ir al grano». Eso lleva a una mayor intensidad, a una búsqueda de la brevedad y la concisión que tanto se alejaba de la digresiones sonoras de su anterior largo; aunque repito, aquí empieza a esbozarse.
También hay un giro brutal hacia el intimismo, revestido de un dulce costumbrismo o cotidianeidad en sus propuestas que afectan a un abandono de su puntillismo sonoro de las primeras canciones, sin renunciar por supuesto a su ingenio en arreglos y construcciones en el encaje de los personalísimos monólogos de cada instrumento. Véamoslo más de cerca.
Ésta intimidad desnuda, dulce, real, nos acaricia desde el primer momento con la maravillosa «Cert, clar i breu», sin duda una de las mejores y más sentidas declaraciones de amor, y que, salvando las distancias, parece una declaración de intenciones respecto a esa apuesta por lo sucinto de la que hablábamos antes; la interpretación vocal de la cantante y David destaca por su humanidad, por su delicadeza y ternura. Si nos preguntasen pensaríamos que es su pareja la que canta.
«Un altre divendres», con coros de Helena Miquel (Élena), recupera ese afilado hilo pero con una temática cercana al despecho o al desencuentro, esas típicas relaciones de intimidad que siempre andan engarzándose sin fundirse del todo; es simplemente deliciosa esa mixtrura de instrumentos de vientos, con una guitarra de cariz poético y los matemáticos pulsos de percusión. Una gema acariciante y sollozante, muy recomendable.
«Em dius adeu», valiosísima, amarga y tierna, como ese café cargado de recuerdos y preguntas llenas de frustración; la crítica últimamente anda empecinada en testimoniar que si «Ordre i Aventura» (Sones, 2010) es el disco más lírico donde aparece más el Carabén poeta… en absoluto, todo lo contrario. Es en este disco, y más patentemente en el siguiente, donde el lirismo alcanza su mayor huella en canciones que como ésta eluden el estribillo, que son susurradas o a veces fraseadas; como digo, impactante, exacta, con versos como: «el sueño me mostra otro sueño / nuestras caras resplandecientes / con una sonrisa diferente / sin ironía ni rencor (…) jugamos con frases de otra gente / y un gesto que no espero / se esconde el sol«. Además, con una escasa duración de apenas dos minutos.
«L’ombra feixuga», también muy lírica y con una elaboradísima instrumentación, no acaba de encajar bien. No puedo reprocharle la ingeniosa melodía aderezada por lluvia, marimbas y una guitarra disonante que al final recupera su voz, quizá sea por la reincidencia en la temática, aunque la letra es más elaborada y más ácida que la anterior.
«De pronto, se hace el silencio / y no sé qué es peor / el vertigo de una miserable boca / sobre el barro de mi jardín». Con un envidiable surtidor de agallas y vísceras abre otro circunloquio este brutal «L’estrany», una de las mejores canciones de David. Esos violines, esa guitarra de sonoridad apabullante; sin duda una de las mejores odas que había escuchado a esa «en tu soledad» que a todos nos asalta al menos tres veces por semana. También lo poético acucia en ese enigmático estribillo: «deja crecer al extraño / dentro tuyo / miralo cara a cara / deja que hable la idiota franqueza / de un hermano mayor». ¿Soledad? ¿Espiritualidad? ¿Alucinación?.
Otra caricia con garras de marfil y espinas de mimbre es la delicada pero dañina y tan vivida «El moment que no surt mai a les cançons». Creo que pocos letristas de este país pueden aducir una pincelada tan fina y a la vez tan certera respecto de las desquiciadas relaciones de pareja: lo cotidiano, la ansiedad, la mendicidad y por qué no la vulgaridad; genial con una melodía sencilla que parte de una recreación casi anodina, grácil y va tomando crescendo en rachas contradictorias, sin duda con el momento que jamás sale en las canciones (estúpidas de amor): la voracidad, esos silencios en las sábanas, la extraña posesividad.
La divertida «No et fas el llit» regala una vis cómica y poderosa para todos los despechos, abandonos y sorpresas desafortunadas con que a veces nos hunde la pasión. Es maravillosa. Con una letra que vela siempre una ironía o un cierto ridículo sin renunciar al revanchismo, la música se departe con una contundente sonoridad, marcada por una percusión que lleva una pauta sincronizada y que le da un vestido tosco pero robusto.
«Every second» no es, sin embargo, un acierto. Con aires californianos o británicos, que no encajan en este trabajo, se asemeja a una especie de invocación de los Mishima de The Fall of Public Man que los americanos llaman reprise o backing track, y aunque no es una mala canción, chirría en el conjunto.
«Miquel a l’accés 14» se ganó desde el principio el cariño del público, que parece intensificarse cuando tocan esta estupenda canción. Una letra sentida y una instrumentación muy original que parece evocar impaciencia y a la vez ansiedad de caminar, les enamorará.
«Una vida tranquila» es un tema que algo tocado me lleva a otras gestas como la de «Imagine» de John Lennon. Salvando todas las distacias, aquí Carabén, sin internacionalizar, tanto hace un inventario realmente sutil y herido de nuestras naúfragas vidas, la necesidad de comunicación, nuestra fragilidad, asomándose por la ventana que da a la calle, el paso del tiempo rasgando aquellos vaticinios ilusos y, sobretodo, lo pequeño y valioso que es aquello que puede reflotarnos a la superficie después de una derrota: «con una llamada / hay suficiente». La música queda pegada con viento, piano, guitarra acariciante y otros artilugios a versos como «con la nada y el olvido / es tan facil de creer / que no se puede ser más feliz / pero una vida tranquila puede cambiar en una noche/ tan necesario como resulta / dejarse perder o huir«… los coros susurran «vivir por siempre» y «tanto que te quiero». De verdad, de piel de gallina, gràcies amics.
«El record que mai has cridat», otro viaje lírico con guiño a la casa familiar, a esos recuerdos tan dolidos y magnéticos, a las dulces rutinas que tanto aquejabas en tu alunizaje adolescente y juvenil, sencillo, mimado. Órgano y guitarra del cantante apenas rodean la nostalgia, la intimidad que llora, que pide y rechaza ese recuerdo no llamado, no consciente que lo redondea ahora un duro tempo de batería.
Y después vuelven a ese «Sant Pere», al barrio de la infancia, de las correrías y los tontos hurtos, a decir con voz agrietada que seguimos vivos, que seguimos creyendo… que es posible cualquier cosa que trazamos con ceras de colores o témperas espesas. Y así lo vaticina David: «no se si el paso del tiempo me resolverá todas estas dudas / al final mañana te espera una respuesta con más preguntas / nunca volveré a ser aquel de antes / nunca sabre realmente que hay detrás de tus ojos» para desgañitarse, quebrarse, liberarse con esta máxima tan necesaria «porque el mañana nos pertenece, y el mañana es para ti y para mi». Y claro, las guitarras estallan, los gritos de la batería se hacen monstruos heroicos insondables y… vuelve el silencio. El amor, el no amor, el miedo al paso del tiempo, la soledad elegida, el sabor familiar, la muerte, el adiós, el regreso, la nostalgia… temas muy humanos y muy presentes que Mishima acaricia con una varita mágica que hace deglutirlos compulsivamente y de manera reiterada, descubriendo nuevas cosas, reescribiendo el pequeño glosario de aforismos de toda la vida que les encumbraría hasta la sed misma.
Por favor, prejuiciosos fuera y dadle una abierta oportunidad a esta delicatessen… amemos y aúpemos la riqueza cultural y lingüística de la variada y contradictoria paleta de este tercer paraíso que es España.