Tras el disco anterior el grupo sólo tiene dos posibilidades, renacer cual Ave Fénix de sus cenizas, o como vulgarmente se suele decir, ahogarse más aún en su propia mierda.
El resultado no deja lugar a dudas: un disco perfecto para plantearse que a lo mejor poner punto final no es tan descabellada idea, hallándose a un abismo de distancia de los motivos por los que el grupo se había fundado, y sin lograr encontrar desde esa posición razones que indiquen alguna pizca de madurez o evolución en su propuesta, más bien al contrario.
Y no es por falta de ideas, aunque algunas de las mostradas sean repetitivas, sino el hecho de reincidir en los mismos errores lo que hace suponer que la banda ha tocado fondo.
A la falta de homogeneidad (uno a veces no sabe ni lo que está escuchando) se suma un acusado recorte en el espectro de virtudes conservadas desde su formación, evidenciando claros síntomas de agotamiento. Para colmo de males, la joya con la que usualmente Patuchas nos solía encandilar, “Juanita” en este caso, no llega ni siquiera a gema sin pulir.
En esta trayectoria oscilante y curvosa con rumbo indefinido, pasamos por canciones flojas como “La chica del otro lado de la barra”, “Perro”, “Así te querré” o “Insectos”, alguna de las cuales son más acordes al dueto formado por Ana Belén y Víctor ManuelAñade este contenido que a una formación denominada “Pabellón Psiquiátrico”. Se insiste con un rock clásico que hasta ahora nunca había funcionado (nos referimos a ese guiño a Elvis, “Ella es peluda”). Se intenta estirar hasta el infinito el hilo emulador del tono del primer trabajo, convertido en auténtico lastre, centrándose la promoción en torno a temas alegres pero carentes de toda gracia como “Ábrelo”, “Mr. Top” o “Gorda”. Y sobre todo, se tocan demasiados palos.