El debut de Los Delinqüentes pertenece a esa extraña (por poco frecuente) estirpe de los discos en los que uno piensa cuando quiere alegrarse el día. Pero no es sólo eso. A estas alturas, “El Sentimiento Garrapatero que nos Traen las Flores” (Virgin, 2001) tiene el aura de un rotundo clásico contemporáneo. La noticia, aquel año 2001, fue inmejorable: el legado de Veneno y Pata Negra seguía bien vivo en la música auténtica, espontánea casi, de aquellos jerezanos callejeros que no tenían nada que ver “con los bigotes señoriales” que se pasean por su tierra.
Este trabajo extraordinario se abre con una canción-presentación, que hace las veces de maestro de ceremonias, una estrategia que el grupo ha mantenido en discos sucesivos. “Los bichos que nacen de los claveles / somos Los Delinqüentes”. Encantado, un placer. Sigue “A la luz del Lorenzo”, single incontestable por culpa de su adictivo estribillo: “Tú sólo quieres quererme en primavera / ay, pero yo no soy Pinocho / que el corazón tiene de madera”. Pelotazo impepinable. La voz del Migue sorprende por su insólita capacidad para ser flamenquísima y rockera al mismo tiempo. El grupo suena a las mil maravillas, gracias en parte a una producción sobria y sin ningún tipo de zarandaja. Donde hay buenos músicos no hace falta nada más.
En “Uno más” destaca de nuevo la letra, un delicioso desfile de personajes cotidianos e iconos culturales que a veces recuerda a “Superhéroes de barrio”, el clásico de tito Kiko. “Duende garrapata” es uno de los temas más populares del disco, lo cual no debe extrañar a nadie que escuche esta rumbita festiva y soleada. Tras ella, “El aire de la calle”. Palabras mayores. “El aire de la calle a mí me huele a goma fresca / yo lo asumo, me lo fumo y me escapo por la cuesta”. Estamos ante un himno hermosísimo, de una autenticidad insobornable, sin duda una de las mejores rumbas que han bendecido los días de este país. “Yo nunca lloro porque vivo en carnavales / me pongo la careta y me lanzo a la calle”. Piel de gallina.
Después del duende, el rock. “Tabanquero” es lo que harían los Rolling Stones si hubiesen nacido en Jerez. A destacar ese remate por bulerías. Pocas veces el flamenco y el blues se mezclaron con tanta naturalidad.
Y después del rock, el duende. “Nube de pegatina” es otra rumba clásica, casi a la altura de la tremenda “El aire de la calle”. La letra pinta un paisaje alucinado que termina convirtiéndose en un auténtico viaje lisérgico sureño. ¿Pueden sorprendernos más?. Pues va a ser que sí. Sólo hay que echarle una orejada (disculpen) a “Mis condiciones pajareras”, donde se nos ponen caribeños y sabrosones.
“Tartarichi” vuelve a repetir el truco de la bulería bluesera, uno de esos trucos de los que uno nunca se cansa, por otra parte. Ojo aquí a la voz del Migue y, sobre todo, a la letra. La primera estrofa es antológica: “Si no fuera yo un mosquito / ay prima me casaba contigo / pero son tus dimensiones / las que no cuadran con mis tobillos”. Y más tarde: “Y búscame, primita, en los escombros / arrasca y búscame”. Cojonudo. “Bache” sigue con la fiesta mientras que “La calle de los morenos” es algo así como un thriller costumbrista, una de polis y delincuentes (cómo no) pero en Jerez en lugar de en Nueva York.
Con “Fumata del ladrillo” regresan a su inspiradísima vena rumbera, y nos dejan un estribillo de esos que es difícil sacarse de la cabeza. “El día de los bomberos” tiene otra de esas letras surreales marca de la casa y la excéntrica “La caja de mi mollera” cierra el disco con un aire de misterio y con cita a Jimi Hendrix incluída.
Cuando un disco es así de bueno poco más se puede añadir. Sólo una cosa: si no lo has escuchado ya estás tardando.