Último disco de estudio del trío, «El Grito del Tiempo» (GASA, 1987), comienza con el aroma que desprenden los grandes clásicos de los 80. Y es que… ¿quién no ha oído alguna vez aquello de «una calle de París / me recuerda todo aquello que no fuí»? «En algún lugar», con su acertada lírica, se sitúa por derecho propio entre el selecto grupo de grandes canciones (cada vez menos frecuente de ahora en adelante) de la formación. Una canción utópicamente melancólica –«la tristeza aquí no tiene lugar cuando lo triste es vivir»– que ambienta el álbum en una calle sombría, pálida y resacosa de París.
La festiva -pero pausada- y ligera «Tu sonrisa» continúa por el mismo callejón con olor a alcohol, pero impregnándose de la confusión de la ebriedad, pues bascula entre el tipo de canciones primerizas de un grupo indie como La Buena Vida, al ritmillo de la «Macarena» de Los del Río.
«Señales en el cielo» no trae los ecos country y folk de anteriores entregas, esta vez con un elemento rock tímidamente psicodélico nuevo, usándose por primera vez un hammond, coros que arropan a Mikel Erentxun (en varias canciones) frente a la desnudez acostumbrada, e incluso wah-wahs en «La barra de este hotel». El problema es que tan sólo llegan a tímidos arreglos resultones, en los que se echa en falta algo del brío y desparpajo que se les presupone.
Los medios tiempos como «Al caer la noche» siguen elevando la temperatura, en este disco tan nostálgico y perdedor, invocándose de nuevo a Elvis Presley y llenando de calor de metales ese rock clásico siempre a tiempo para recordar. En la preciosa «El río del silencio» Mikel derrocha sensualidad.
En «La tierra del amor» son curiosos los aires folk tipo Celtas Cortos, un corte muy típico de la formación. El abanico de estilos se abre a los ritmos cariocas en «No debes marchar», con un estribillo muy bueno que dotado de mayor energía sería muy apto para hacer las delicias de los amantes del power pop. Energía pretendida en «Paloma blanca», que comienza con un riff de guitarra descafeinado, algo así como lo que le sucede a El Canto del Loco.
Pero a la anecdótica obsesión por las rosas se le impone la cruel evidencia. El disco se hace largo y encorsetado, aunque paradójicamente las dos canciones adicionales de la entrega en CD merecen la pena, sobre todo «El bosque», que de hecho bien hubieran podido reemplazar a las prescindibles «Mi tierra, mi casa y una mujer» , «El sentido de tu canción» o «Dirección Sur», por citar algunas. También es menos uniforme, en el sentido más dudoso.
De los, como hemos dicho, acertados agregados, nos encontramos la atequilada «Volverán a mí», que introduce interesantes influencias como The Smiths o Radio Futura en su segunda parte, y «El bosque», quizás en la que más se dejen llevar, con los ineludibles Beatles en la cabeza. Circense (raramente suelen funcionar), se unen al unísono un regustillo glam a lo Dinarama de lo más agradable con ecos celtas, con gaitas. «El bosque parece llorar, cuando te vas / las flores se mueven al verte pasar».
Como curiosidad cabe destacar el enorme parecido entre la portada y la de «The Joshua Tree» (Island, 1987) de U2, publicado ese mismo año.
La edición en vinilo incluía dos canciones menos que su hermano digital. Una de ellas, «El bosque», realmente meritoria.