Hasta el versátil e inconformista compositor que era Miguel Gallardo tenía baches creativos o, al menos, periodos vacíos de originalidad. Éste álbum es un buen ejemplo de eso. Melodías poco pegadizas, arreglos modernos carentes de innovación, canciones rutinarias y letras previsibles dentro de un género melódico que languidecía. Un LP, en fin, con mucho oficio y poco beneficio.
Poco aporta la aburrida ortodoxia formal de “Amor de amantes·, los zambombazos rítmicos y el aire italiano de “Te necesito” o la letra costumbrista y la bohemia musical de “El violinista”, por solo citar los tres primeros cortes del disco.
Si dejamos avanzar la aguja sobre el vinilo, la situación no mejora demasiado. Una acertada balada “Sin miedo” que quizá cantada con el desgarro de un Raphael hubiera sido un hit, pero que Miguel interpreta con muy escasa transmisión. Sigue una de las escasas gotas de originalidad en “Maldito gato”, un juguete que gira sobre los destrozos que el minino provoca en la casa y la vida del cantante. La verdad es que al lado del monótono resto del LP, resulta de lo más estimulante.
La cara B se abre con los dos temas más promocionados del disco. “A mi próximo amor” tiene un lejano aroma a Brel o Becaud. Miguel ya no se nos muestra como un pujante y dolorido amante, sino como un maduro seductor algo pasado de rosca. En todo caso, la mejor composición del álbum. “Muchachita de ojos tristes” es otra rutinaria cantinela de amor esperanzado con un estribillo un tanto forzado y unas estrofas tirando a plomizas.
Las tres últimas piezas recaen en lo anodino. Quizá la más interesante sea “La cita” con una letra cargada de naturalidad y unos arreglos orquestales modernillos que subrayan bien las palabras del cantante.
Tras este LP y la separación de su esposa, Pilar Velázquez, el cantante decide hacer las maletas y viajar primero a México, donde era muy apreciado y posteriormente a Miami, aunque no acabó de perder los vínculos con España, a donde regresaba periódicamente y donde seguiría publicando con regularidad.