Después del impactante debut, «Dragonfly» (Bip Bip, 2000), y tras el éxito cosechado por el mismo, era el momento de que Sidonie tomase la alternativa en largo. Tras el primer wah wah del primer corte ya sabemos a qué atenernos: no se han dormido en los laureles, precisamente, y tampoco nos van a dejar hacerlo a nosotros. Y es que pese a que el disco es mucho menos electrónico que su anterior trabajo, está dotado del mismo ritmo trepidantemente etéreo, donde distorsión, ritmos étnicos, percusión y hippismo van todos a una.
“Feelin’ down”, la canción emblema, sin ir más lejos, está dotada de un wah wah y un hammond tan sólo un poquito menos bestiales que los sampleados de animalitos que en ella se utilizan, haciendo las delicias de los amantes de ese sonido, entre los cuales me incluyo.
Sin parar seguimos con la instrumental “Sidonie goes to Moog”, tan festiva como una rave, que inicia un recorrido funky en el disco con ecos a lo James Brown al enlazarse acto seguido con “Sad in my cloud”, muy Big Soul. «Venusian dreams» abraza de nuevo la psicodelia, con ecos hindúes entremezclados con el drum ‘n’ bass de unos primitivos Prodigy.
Las revoluciones bajan con “The sheltering sun”, la más Beach Boys del disco por sus juegos de voces y sus armonías vocales. Conformaría un cierre perfecto, pero los Sidonie deciden irse a Varanasi de viaje para relajarse un poco. Eso hasta que irrumpe “Groove in the stars”. Tremenda. Una mezcla de Primal Scream y los Doors que abre la puerta a una parte mucho más libre aún si cabe, una jam jazzística.
Y lo cierto es que lo que queda, salvo «Swedish girls», en la que la voz de Marc suena mejor que nunca con ese efecto enlatado, y la surrealista «In da sun», el cierre, ejerce un poco a modo de resaca marina, como dando por finalizado en cada canción un disco que, por lo demás, da muy poca tregua.
Luego el descanso es merecido.