El último viaje supersónico de Cucharada puede esencializarse como un coloque extraño; Teddy Bautista inyectó ritmos y programaciones disco a los rocambolescos cortes del grupo. Este guiño a la nueva ola de modernidad que pronto inundaría las sintonías españolas (después llamado plasticazo o Movida Madrileña) dejaría contrariados a los seguidores del grupo que no asimilaron bien este viraje, y otros pormenores ciertamente ridículos les enfrentarían con la SER a la hora de radiar sus nuevas propuestas (aunque esto no era para nada novedoso, la SER tenía por entonces votos de clausura incomprensibles).
Empieza a sonar «Quiero bailar rock ‘n’ roll» (Tena), tema muy consistente y que deja sin respiración. Éste se desarrolla sobre una base de rock trepidante aderezada por sintetizadores y programaciones con toques setenteros. Guitarra, tambores y contrabajo suceden su protagonismo en los arreglos a medida que la letra apunta su necesidad en cualquier música rock. Lo que trajo cola y disgustó a los todopoderosos radiooperadores fueron las siguientes líneas: «…no quiero hablar de arte, ni de otros temas importantes, no me preocupa la cultura, ni tampoco la literatura, no me interesa la pintura ni mucho menos la escultura…»; visto desde hoy la cosa hace enrojecer a cualquiera y denosta las escasas luces de los programadores musicales. Y es que en realidad lo único que se apuntaba aquí era a que la verdadera cultura en marcha de entonces la desgranaban las composiciones de valerosos y creativos grupos como éste, y que por otro lado la recepción cultural de tiempos precedentes carecía de veracidad y continuaba estando politizada y falseada según intereses y coyunturas.
Respecto al último tema de Cucharada «La cajita de música» (A. Molina – J.M. Díez) es una composición instrumental con un ritmo naïf basado en armónica y punteo de guitarra, con cierto influjo nuevaolero en los teclados y la preponderacia del bajo.
Y estos es todo amigos, con su habitual mal sino se desintegraron los Cucharada. Tras de sí dejaron cortes de respiración, bufonadas con una valiente y acertadísima crítica político-social (aún danzantes en nuestro nebuloso horizonte) y unos directos que con tétricos medios y un derroche de creatividad contagioso dejarían temblando a muchos de los grupitos de la actualidad. Siempre del lado de los marginados, siempre llegando hasta el final de la utopía merecieron más apoyo y confianza pero la autenticidad nunca llueve a gusto de la mayoría. Lo importante es que este náufrago grupo ha hecho vibrar a uno nacido en el 83 prestándole «sin recargo»: ácida visión de la sociedad, mucho sentido del humor y del ridículo y sobretodo un enloquecido rock urbano.
¡Viva pues, Hermanos, el Rollo con Lengua de Cucharada!