«Piedras» (GASA, 1994) corrobora la caída en picado desde el punto de vista artístico en la trayectoria de la banda. De hecho, lo de «banda» es algo a estas alturas anecdótico, pues podríamos estar hablando de que cualquier solista de radiofórmula fuera el que firmara estas canciones. Ritmos facilones, abuso de las baladas (de hecho, prácticamente es lo único que se nos ofrece), letras insustanciales y pretendidamente metafísicas… esto es lo que nos depara en este, más que nunca, largo.
En el sonido cabe destacar los arreglos orquestales y la introducción de metales ya no como recurso en sí sino como un elemento más, buscando un sonido sesentero -incluso a veces setentero, con la presencia del órgano- que de hecho, es lo que mejor funciona. Ejemplo (positivo) de ello es «Rey de la Luna», la más trabajada en ritmo, en variaciones, en arreglos. Una pista de por dónde había debido haber ido sin duda el álbum para mejorar sustancialmente. Porque hay muchas canciones majas, incluso agradables y briosas. Pero la sensación es que a medida que progresan se van diluyendo, se desgastan demasiado rápido intentando avanzar entre las espesas capas de almíbar.
Y así, con (lo más aburrido de) los Beatles en la cabeza («Donde estás»), como unos 10cc descafeinados («Mundo real»), transcurren las once canciones vertidas por el hilo musical de la consulta del dentista -bastante tenemos ya como para estar pendientes de lo que suena- no sin antes pararnos un poco en «Brillaré», que ciertamente lo hace en este disco tan, tan plano.