El disco de debut de los Alcohol Jazz se puede comparar el con debut de Sabonis en la NBA. Lejos de ser un jugador con cosas que aprender, blandito y que puede dar por bueno el entrar en la primera rotación en su año de rookie, el gigante lituano aterrizó en Oregón dando una lección de movimientos al poste bajo, asistencias y lanzamientos desde cualquier posición, y lo hizo con la seguridad y el aplomo de cualquier veterano.
El empezar esta reseña con el símil baloncestístico me parece la forma más adecuada para expresar cómo puede un disco de debut dejar tan buenas sensaciones, y sobre todo cómo puede estar en un nivel de madurez tan alto. El motivo no es otro que la veteranía; recordemos que los Alcohol Jazz se formaron a mediados de los 80, y pasaron la friolera de quince años de locales de ensayo, festivales de aficionados y garitos de no siempre la mejor de las reputaciones para poder por fin meterse en un estudio a grabar; así que al igual que Arvidas (que debutó en EE. UU. con 31 años no habiéndolo podido hacer antes al nacer en la URSS) se metió al Rose Garden en el bolsillo el primer día, los Alcohol Jazz encandilan con su debut, sorprendente y subversivo; parece hasta descarado hacer un disco tan divertido, tan rítmico, tan adictivo.
El título del disco lo dice todo, es una persecución, una carrera del más endiablado ritmo televisivo setentero. Desde la canción homónima que abre el disco, pasando por el wah wah bien medido de «Cogollo fly away«, y los pies que te piden que te levantes y les hagas algo de caso en «Recuerda» o en el trasfondo funk de «No entres al baño (con los cordones desatados)«. A destacar también el uso impecable del órgano Hammond en «L.F.S.» y por supuesto «No llores«, canción que además de incluir en el disco otra remezcla de Carlos Jean es IMPOSIBLE que no guste a cualquier aficionado a los ritmos implacables; como esta persecución jazz que deseamos que no termine nunca.