La tanda final de álbumes que Miguel Ríos publica en Polydor, compuesto por el presente LP y el siguiente, «Directo al Corazón» (Polydor, 1991), acercan al músico a otros géneros ajenos al rock y que usa como vehículo más ajustado a sus nuevas inquietudes, ritmo y estilo. Tales géneros son el swing y el jazz vocal, lo cual no significa que renuncie al rock, pues básicamente lo que hace es una especie de mezcolanza que da como resultado un esilo propio. La temática de las canciones se cargan de cierta ironía que le dota de pinceladas cómicas sin que por ello se convierta esto en un cachondeo, ni mucho menos: hablamos de discos sobrios, elegantes y maduros.
Hablando ya de este en concreto, hay un inicio que desborda calidad y exquisitez con «Mientras que el cuerpo aguante» y sus pasajes de Big Band, la excepcional «Raquel es un burdel» y «Muy mal se nos tiene que dar«. En «Señor, por qué a mí«, juega con voces gospel, muy propicias para el tema tratado y que dan vida a una canción que de otro modo quedaría en menor. Otro buen toque ciera el álbum «Paul y John«, que evidentemente se refiere a McCartney y Lennon, que encabezan la lista de artistas que en esa canción se nombran y conforman el Olimpo del artista. El resto del álbum transcurre en un plano más discreto, pero la mejor canción del álbum es «El blues de la soledad» por varias razones. Es la más perdurable, la que mejor define -y más allá de etiquetas- lo pretendido y lo conseguido, así como los nuevos tiempos de su intérprete. Para rematar el asunto, la interpretación de Miguel se encuentra entre los mejores momentos de su carrera, configurando así una de sus canciones indispensables.