Una suave emoción comienza a encogernos el corazón. Los acordes eléctricos de ese primer sonido indican que no debemos perder atención a lo que está por venir. Tras estos, alguien canta y pide que se invente para él una noche llena de cohetes naranja. La imagen que se nos sugiere, visual como una lámina o una fotografía, nos golpea en la retina y en la cabeza al mismo tiempo. Somos capaces de ver las estrellas de plata y la aburrida ciudad desde el ventanal. La música ha irrumpido en nuestra mente, dibujando paisajes que ésta ya no podrá olvidar. Es el universo Family. Una nostalgia perpetúa llena de fragilidad y color.
Hablar de Family es hacerlo de “Un Soplo en el Corazón” (Elefant, 1993), así como hacerlo de “Un Soplo…» es hacerlo de Family. Ambos proyectan la misma sombra, dan vida a ese absoluto verdeazulado que guarda en su interior una de las historias más hermosas jamás contada.
Una historia que se sustenta en un mismo hilo conductor: el amor. Un amor que se esconde bajo el velo de la tristeza, la ingenuidad, las primeras emociones, la rutina y el despertar a la vida. Un mar de verano repartido en catorce, tan bellas como breves, canciones.
Y entre todas ellas, “Nadadora”, donde el azul lo inunda todo y la música hace que vuelvan las mariposas a nuestro interior, perdiéndonos en la nostalgia y la sensibilidad. La canción perfecta, con el ritmo y el tiempo exacto para embelesarnos con cada uno de sus acordes.
La poesía inunda el disco, tratando el amor, la infelicidad y la candidez de una forma elegante, al más puro estilo Berlanga (también en lo vocal), que mantiene el equilibrio constante y evita que notemos el azúcar pegado a los dientes. Family consiguió con “Un Soplo en el Corazón” asentar el desprestigiado tecno-pop español, sin que nadie haya podido alcanzar, de nuevo, un resultado tan perfecto.