Estamos a mediados de los 90 y justo el año en el que el mundo de la música se estremecía con la muerte de Kurt Cobain, el año en que Héroes del Silencio conquistaban definitivamente al público español y americano con larguísimas giras y que los más jóvenes se entregaban al bakalao con fervor, Sabina ya en plena madurez artística y creativa se enfrentaba a la prueba de sacar un disco tras su primera gira latinoamericana, superó el reto airoso.
Con este disco llegaría a la banda de Sabina una de sus integrantes más clásicas y fieles al artista. Olga Román se convirtió en miembro del grupo del jienense haciéndole coros, pero aparte de eso estamos ante uno de los discos más dinámicos y vivos de Sabina, siempre muy ecléctico y tocando muchos palos; en esta ocasión se rodea de amigos para que colaboren en algunos temas. El resultado es muy satisfactorio.
“Esta noche contigo” da una introducción al disco muy melosa, en un estilo de cantautor muy sabinero al que ya nos tiene bastante acostumbrados, vuelve de nuevo la anáfora, ya casi más que un recurso un sello de identidad: “Que no arranquen los coches / que se detengan todas las factorías / que la ciudad se llene de largas noches / y calles frías”. Le sigue otro de los grandes éxitos del cantante; “Por el bulevar de los sueños rotos” es una canción de extraño éxito en España, y digo extraño porque la belleza de la canción radica en las constantes referencias a artistas mexicanos que fueron contra corriente y rompieron los moldes de las formas preestablecidas. No deja de resultar curioso que una canción que habla de Chavela Vargas, Diego Rivera, Frida Kahlo… cale tanto en el público español; de camino Sabina aprovecha y tiende una mano al público mexicano con el que tan bien le ha ido en su gira anterior, Sabina ya piensa a lo grande.
Le sigue una traviesa “Incluso en estos tiempos” y la melancólica sonrisa oblicua de “Siete crisantemos”; vemos que Sabina vuelve a retratar un sentimiento inabarcable en dos simples versos: “Lo bueno de los años es que curan las heridas / lo bueno de los besos es que crean adicción”, creo que lo que yo pueda decir ahora está absolutamente de más.
Como una bocanada de aire cálido o un trago de mojito suena “Besos con sal” llena de arreglos de saxofón y percusiones cubanas para desembocar en “Ruido,” una rumba amarga y llena de fuerza coescrita junto a Pedro Guerra que narra el feroz episodio de un matrimonio que se rompe: “Ruido de abogados / ruido compartido / ruido envenenado / demasiado ruido”.
Irrumpe luego el huracán llamado “El blues de lo que pasa en mi escalera”, con la colaboración de Rosendo Mercado. Es un tema divertido y rebosante de camaradería, trata de los designios que la vida depara a los diferentes miembros de la clase, unos son ricos, otros pobres diablos, pero Sabina sigue siendo el mismo; el mismo que canta rock, o procura encandilar con boleros como “Como un explorador”, con alma acústica y buenas maneras el jienense vuelve a dejarnos versos para enmarcar: “Y en otros puertos he atracado mi velero / y en otros cuartos he colgado mi sombrero / y una mañana / comprendí que a veces gana / el que pierde a una mujer”.
Las guitarras severas y meticulosas de “Mujeres fatal” dibujan una canción obsesiva, Sabina canta con el ceño fruncido y casi parece catalogar los distintos tipos de mujeres por las que solemos perder la cabeza: “Hay mujeres veneno, mujeres imán / hay mujeres consuelo, mujeres puñal / hay mujeres de fuego / mujeres de hielo, / mujeres fatal”
A ritmo de un rhythm and blues sinuoso y serpenteante “Ganas de…” se muestra como un criptograma en algunos de sus pasajes, Sabina susurra en momentos de introspección que se presta a compartir con nosotros: “Y la mentira vale más que la verdad / y la verdad es un castillo de arena / y por las autopistas de la libertad / nadie se atreve a conducir sin cadenas”.
Vuelven los ritmos cubanos de la mano de Pablo Milanés que acompaña a Sabina cantando en “La casa por la ventana”, canción protesta y crítica sobre la situación de los inmigrantes en España, siguiendo con una estudiada y cautivadora “Más de cien mentiras” que viene de perlas para levantar el ánimo enumerando placeres cotidianos y realidades reconocibles, pasando por encima del hombro un brazo amigo. Para cerrar Sabina usa la misma fórmula que usó para abrir el disco: un tema sedoso que arropa los oídos.
En plena madurez y en unos años convulsos Sabina vuelve a salir victorioso de su pugna particular contra sí mismo; lo hace además recurriendo a colaboraciones de gente muy dispar. Todavía quedaban instantáneas por revelar que se han convertido en auténticos clásicos de su discografía, pero habría que esperar un par de años para eso.