En 2004 Bunbury decide comprarse un billete sin destino. Un viaje de sólo ida en el que exprime hasta la última gota la fruta de la música sudamericana, el mundo nómada circense, rallando de paso hasta el surco final del vinilo «Blonde On Blonde» (Columbia, 1966) de Bob Dylan. Su voz se quiebra y se requiebra, se muta áspera y tabernera. Su abanico estilístico se amplia aún más, tanto que todas sus ideas no caben en un sólo cedé.
El álbum doble cuyo título emula la obra literaria del ya desaparecido genio Fernando Fernán-Gómez. El LP que repasa todos sus conocimientos del cono sur, el favorito de Enrique, englobándola en una road movie. Su producto más político, más excesivo y más ambicioso.
Sin embargo, como en todo exceso, hay cosas que sobran; canciones como “Que tengas suertecita” (¿de quién fue la idea de que fuera el sencillo de presentación?), “No me llames cariño”, “En la pulpería de Lucita”, “Por un malnacido” (una ranchera sin sal) o «Trinidad» (sin la gracia de “Victoria y Soledad” de Andrés Calamaro, el gran tema de los menage à trois).
En cambio, el disco acumula joyas: como la ofrenda a sus dioses “Los restos del naufragio” -Leonard Cohen, Tom Waits, Nick Cave, Charly García…-, “El rescate” -aunque fuerce un poco la alegoría amor-secuestro-, “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha” –que deja a los políticos latinoamericanos en un mal lugar-, “Anidando liendres” -potente rock ascendente, de lo mejor del disco-, “El anzuelo”,desértico y progresivo tema que bien podría ser acompañado por alguna de las películas de Sam Peckinpah, esas que acababan todas como «La Venganza de Don Mendo» (Pedro Muñoz Seca, 1918). También destacan “Una canción triste” -un Bunbury muy actor, tipo crooner, crucificando a un ricachón desgraciado- la circense “El aragonés errante” -a pesar de ser una autofelación innecesaria- y la perla final, extrañamente austera, “Canto (el mismo dolor)”. Si hubiera dejado el disco en estas ocho canciones, hablaríamos del mejor disco de Bunbury.
En ese viaje sin retorno se quedan en la mitad «Adiós compañeros, adiós» (con su acordeón bonaerense y su letra de compadrismo etílico), «Voces de tango» y «Palo de mayo» (ese papel de poeta putero maldito a veces no convence).
Un compendio de sus nuevos gustos que deja un sabor agridulce, una mezcla de sus anteriores «Pequeño» (Chrysalis, 1999) (pero en versión adulta) y «Flamingo’s» (Hispavox, 2002) (saliendo del cabaret a la carretera), un sonido polvoriento que no siempre llega a convencer. Y mientras baja del tren para el avituallamiento… ¿Qué creéis que se le ocurre? ¿Otra gira interminable? Premio.