Con el maestro Osvaldo Larrea plenamente integrado como miembro del grupo, Malevaje se pueden permitir enfrentarse a nuevos retos. Para empezar, el propio sonido del grupo madura y crece, se vuelve más ortodoxo y clásico, aún manteniendo peculiaridades propias de su manera de entender e interpretar los tangos (el barniz rockero, las castañuelas…). Los arreglos del maestro bandeonista, en cualquier caso, así como sus consejos y magisterio, hacen que el grupo suene como nunca antes lo había hecho, mucho más profesional.
Para continuar, y como reto más importante, se enfrentan a una prueba fundamental: incorporar composiciones propias. En este disco, de hecho, no hay versiones de clásicos, todo el material es compuesto y arreglado por Osvaldo Larrea partiendo de letras de Antonio Bartrina y de Carlos Zabaleta, manager de Malevaje.
Así, el disco se abre con un gran instrumental, para calentar motores, en el que demuestran la evolución de los músicos y del sonido de Malevaje, castañuelas incluidas, claro, de hecho así es como se titula el tema, «Castañuelas«, y continua con las composiciones propias, en las que abordan, por regla general, la temática propia del género y algunos homenajes, como el obligado a «El Salero«, el local que les vio nacer y que había sido cerrado poco antes.
El último de los retos solventados por Malevaje en este disco es el de abrirse a otros sonidos, como la milonga y el vals. Milongas como «Arroz blanco«, que se iba a convertir en una de las canciones emblemáticas de la banda, su mayor éxito y, seguramente, su canción más conocida entre el gran público, y valses como «Chinchorro«.
De todos estos retos, Malevaje sale bastante airoso y dejando, sobre todo, una sensación: sin cesar de ser un grupo amigos, musicalmente ya es algo que se puede empezar a tomar muy en serio.