Trent Reznor gana un Oscar, Cliff Martinez basa el score de «Drive» (Nicolas Winding, 2011) en la cara más fría del techno-pop ochentero, Basement Jaxx pintan los suburbios londinenses de atronadores beats en «Attack The Block» (Joe Cornish, 2011) y los Chemical Brothers y Daft Punk se convierten en los principales reclamos de los desvaríos visuales de «Hanna» (Joe Wright, 2011) y «Tron: Legacy» (Joseph Kosinski, 2010), respectivamente. La banda sonora electrónica se ha convertido en tendencia y los creadores más avispados comienzan a contratar a figuras del género para intentar conectar con las audiencias juveniles.
No es la primera vez que los sonidos sintéticos se apoderan de las pantallas (recordemos el boom de Vangelis, las tropelías perpetradas por The Alan Parsons Project o las inquietantes composiciones de John Carpenter). Pero este lúbrico encuentro entre electrónica y celuloide incluye aportaciones aún más interesantes en materia de creaciones de nuevas bandas sonoras para títulos clásicos, cuyas proyecciones acompañadas de la interpretación musical en directo se han convertido en eventos casi irrepetibles.
El más conocido de todos ellos es el nuevo acompañamiento musical que los Pet Shop Boys otorgaron a «El Acorazado Potemkin» (Sergei M. Eisenstein, 1925) junto a la Orquesta Sinfónica de Dresde, que se pudo presenciar en un puñado de conciertos masivos al aire libre en sitios tan emblemáticos como la Plaza Roja de Moscú. Este gusto por (re)ilustrar cintas míticas del cine mudo se ha repetido hasta la saciedad: iNSIDEaMIND, para «El Moderno Sherlock Holmes» (Buster Keaton, 1924), John Garden (Scissor Sisters) para «El Mundo Perdido» (Harry O. Hoyt, 1925) o Adrian Utley (Portishead) y Will Gregory (Goldfrapp) para «La Pasión de Juana de Arco» (Carl Theodor Dreyer, 1928). Y está por ver qué habrá hecho el dúo francés Air con el álbum inspirado en el «Viaje a la Luna» (1902) de Méliès que saldrá a la venta a lo largo de 2012.
Pero sin duda, el ejemplo más experimental, sorprendente e intimista de creación de una nueva banda sonora electrónica tuvo lugar con la colaboración que el DJ y músico barcelonés Vicent Fibla y el compositor sevillano Miguel Marín (Árbol), con la colaboración de Sara Pérez, violinista de Manos de Topo, llevaron a cabo en 2008 para la mejor película del taiwanés Tsai Ming-Liang, «Goodbye, Dragon Inn» (2003).
Surgida de un encargo del fenecido BAFF (Festival de Cine Asiático de Barcelona), la propuesta sigue sonando del todo descabellada. Si ya de por sí la industria española no es excesivamente proclive a ahondar en los encuentros entre cine y música o a arriesgar con un tratamiento diferente de la banda sonora, este atípico reto se produce con un choque frontal entre dos culturas ajenas, por no decir extremas, con una película que por entonces tan sólo contaba cinco años de vida y que comenzaba a generarse un cierto estatus de culto. Un film silencioso y con escasísimos diálogos (pero no mudo), en la que cualquier aportación musical amenazaba con destrozar la atmósfera de las comatosas formas de Ming-Liang. Y por si fuera poco, la salida comercial o popular del resultado final se antojaba poco más que nula.
¿Quién podría estar interesado en ver una película oriental que ni siquiera se ha estrenado en salas comerciales, compuesta por planos fijos de casi un minuto de duración, de narrativa suspendida, ubicada en un único escenario y sin acción o sucesos aparentes acompañada por la música de dos tipos salidos de la electrónica underground y de la música ambiental más abstracta y minimalista? Nada más lejos del apoteósico acontecimiento que Neil Tennant y Chris Lowe prepararon para la obra magna de Eisenstein. Y sin embargo, el concierto-proyección en la sala Apolo de Barcelona fue todo un éxito, que obligó a Árbol y Fibla a repetir el evento en varias ciudades españolas y que les llevó a inmortalizar la propuesta en estudio con el álbum «Bu San» (spaRK / Emilii Records, 2009), una vez adaptada a las estructuras de un LP convencional.
En esta banda sonora paralela, Árbol & Fibla hacen uso de xilófonos, percusión, ocarina, piano, un ordenador portátil e incluso de un arpa china creando una extraña comunión entre sonidos sintéticos, melodías neoclásicas, tradición oriental y ruidos ambientales que se puede paladear en formato de álbum (preferentemente, sentado en el sofá durante una noche de tormenta) pero que obtiene todo su sentido acompañando y barnizando la tristeza inconsolable de la cinta.
«Bu San» es lo más parecido a una ópera fúnebre, a un réquiem por la lenta y dolorosa desaparición de las salas de cine como principal iglesia pagana que destila las sensaciones emanadas por la película, convirtiendo así el visionado de «Goodbye, Dragon Inn» en una nueva experiencia casi a modo de ensayo, de ensoñación sobre la obra, de homenaje respetuoso (aunque algo enfático) que ignoro si agradaría al propio Ming-Liang, gran aficionado a los interludios musicales surreales.
El sonido casi extinguido de un proyector abre el tema inicial «Start again again», los fragmentos de diálogos de la película de King Hu «Dragon Gate Inn», que se proyecta por última vez en una vieja sala de cine condenada al cierre, se escapan de la pantalla para aparecerse en «There’s still going to be trouble to come» y «No one remember us anymore», la omnipresente lluvia se transforma en colchón sonoro en buena parte de los temas… Los recursos extraídos del audio de la película se transforman en ecos psicofónicos que nos llegan de un mundo desaparecido y reafirman la condición de fantasmas de todos los elementos y personajes que convergen en «Goodbye, Dragon Inn», almas que deambulan en busca de un cuerpo en el que materializarse.
Pero la mayor aportación de Árbol y Fibla a la obra de Ming-Liang es el inesperado giro mágico y ensoñador que asoma en buena parte de las composiciones y que ilumina de manera encantadora «Quite sure this place is haunted» y «At the movie house» a base de glockenspiel y violín. De alguna manera, el tono mortuorio que atenaza constantemente la puesta en escena se torna en una alegría melancólica, en una ilusión fugaz que desemboca en los balsámicos seis minutos de «The last dance (Can’t let go)», la pieza que cierra «Bu San». Aunque al final sólo quede la lluvia, arrastrando a la alcantarilla una forma de entender el cine como espectáculo
colectivo, un paraíso perdido cuyo destino es ser enterrado y olvidado.
Comentarios
Hola,
la banda sonora me recuerda mucho mucho a Clint Mansell compositor preferido de Darren Aranofsky (Requiem por un sueño, Pi, The fountain)!. De ahí tú título del post, imagino :-)!
Y hay películas asiáticas, coreanas en este caso, que les encanta usar ritmos latinos, tangos, guitarras españolas o incluso canciones arabes para recrear la pasión y los sentimientos que nos atribuyen debido a nuestro caracter. Los coreanos son los llamados «latinos de Asia» por su caracter y, desde mi punto de vista, es un modo de homenajear esa música tan apreciada allí. Un ejemplo: «Besame mucho» esta versionada en mucho idiomas, koreano incluído… incluso coreanas cantandola en VO :-)!
http://www.youtube.com/watch?v=ans3rj23EKc