La lascivia y el cabaré son una bomba cuando eso que ocurre en el escenario es, además de diversión, un acto de transgresión. Siempre es un desafío pegarle un revolcón a las programaciones de género que el apreciado público trae de su casa. Cualquier travesti, por el hecho de existir y mostrarse en un escenario, provoca un temblor inusual. Es cierto que, a estas alturas de la contracultura del travestismo, a menudo devenida en establishment, no es lo suficientemente perturbador ser una biomujer con bigote ni un biohombre con tetas. Pero es un principio.
En el arte de empoderamiento del y de la travesti hay un tema recurrente, que es casi un género en sí mismo: las canciones de reafirmación. Un subgénero que mana desde el «A quién le importa» de Alaska + Dinarama y que tiene un replicante maravilloso en «No cambiaré» de Putirecords. Se trata de la belleza pura de la autoafirmación en la diferencia. “No quiero que el destino elija mi camino”, canta con su voz extraterrestre el increíble (e incomprensiblemente underground) Putirecords en este himno de tecnopop espacial. La producción musical de Puti es amplia, su inicio se remonta a décadas atrás y su carisma en el escenario es arrollador. Es un alien de maquillaje, purpurina y pelo rapado.
Gran parte de la escena madrileña del electropop participó en la creación del disco de Tamara, el cual tiene canciones estupendas y una portada genial de homenaje a las boîtes. El disco es tan bueno que no le gustó a la propia Tamara. Su hit, «No cambié», podríamos incluirlo con más seguridad en el género de la autoafirmación si no fuera porque, desgraciadamente, el compositor Leonardo Dantés decidió que la fuerza del despecho manara de una ruptura amorosa. Pese a que el tema amoroso aquí no nos interesa, sigue siendo relevante la fuerza con la que los colectivos madrileños más alegres abrazaron esta canción. En la memoria televisiva de España, el vestido color carne de la extraña Tamara, haciendo el playback de esta canción sobre la mesa de «Crónicas Marcianas» (Telecinco), está grabado a fuego en los VHS. Atención, para los que estuvieran distraídos, a los masculinizados gogós que la acompañaron.
En Madrid hubo una escena pletórica y divertida denominada En Plan Travesti, como el club que se hizo por diversas salas durante varios años, creado por La Prohibida y Roberta Marrero, entre otras. El transformismo cabaretero, el electropop guarrete y el fomento de nuevos talentos fueron capitales en aquellas fiestas, además de la champagne y la purpurina. Sin duda, la capitana de todas estas artistas, por su gran talento escénico, su voz aterciopelada, su humor y la defensa del colectivo LGTBI desde el mundo de la plataforma es La Prohibida. Está a punto de salir su nuevo disco, «100.000 Años de Luz» (2015), grabado y producido gracias a una campaña de crowdfunding.
Son importantes los eventos aglutinadores para hacer fermentar una escena. Si Madrid alimentó la lentejuela con En Plan Travesti, en Barcelona sucedió algo similar con el irreplicable F.E.A., hogar de grupos flor de un día, viejas glorias y artistonas desinhibidas cantando casi siempre en playback. Que lo importante sea divertirse no significa que la música no sea esencial, a pesar del asuntillo del mover los labios en silencio. De esa escena brota Leticia Con Z, grupo medio murciano medio toledano de pop electrónico que canta “la revolución no acaba de cuajar pero seguro que Europa siempre te querrá” en su canción «Dibertín Osborne». Acometen la crítica con pose y humor…, pero porqué no. Un paseo por su Facebook nos indica que se preocupan de algo más que las fajitas con Nutella y el aliento revenío del que cantan en su «Olor a pene», un dueto con Loud.
Loud es, precisamente, uno de los artistas que se dejaron ver por el En Plan Travesti, por las sesiones de grabación del mítico disco de Tamara y por los créditos compositivos de las canciones de La Prohibida. Un genio en la sombra que firmó su EP de debut en el sello Autoreverse, en 1999. Loud no es que sea un defensor de los derechos LGTBI, es que es un feminista, un guerrero, un antisistema si quieres, es un trans en el más bello e inabarcable sentido de la palabra. Un transgresor, un transformer político.
Cuando Madelman estaba en lo mejor de su carrera electrónica no podía imaginar que su grupo paralelo, en el que se divertía junto a su amiga la locutora de radio Alicia San Juan, se acabara comiendo al grupo que gustaba en el Sónar. Chico y Chica han cumplido quince años de no tomarse muy en serio y en cambio tomárselo en serio. O todo lo serio que se puede. Su costumbrismo fantástico es tan despampanante que se convierte en involuntaria declaración de intenciones vital.
La conexión entre las diferentes fiestas del Orgullo Gay y la música ha servido de apoyo mútuo durante años, como plataforma (o plataformón) de artistas que no pasan, que no quieren pasar, de lo petardo pero también como lugar de compromiso. Sin olvidar que al mercado le gusta etiquetar y en los últimos cuarenta años se ha utilizado el alto nivel adquisitivo de los consumidores gay de la clase social dominante para vender productos musicales. Fiestas del Orgullo, en especial la de Madrid y revistas como Shangay, han tenido en sus manos el sello que acuña y diferencia qué es música facturada para el colectivo LGTBI y qué no.
Teniendo este aviso siempre en mente, Algora es uno de esos grupos indies que ha tocado en estas fiestas y, radicalmente alejados de los travestismos comentados anteriormente, aunque compositores de technopop, han creado canciones que visibilizan de una manera muy emocional el mundo oso («Bruno, el oso» o «Mi vida con Triki»). Hay pocos como Víctor Algora. Quizá en un lugar similar vive Isbell, quien en los 90 formó junto a su hermana el grupo murciano Iluminados y posteriormente en Musidora y con su propio nombre. Sin respaldar ninguna etiqueta, ellas y ellos están ahí, apostando por una creación personal y defendiendo su música dentro y fuera del ambiente.
Pero pongámonos serias. Es una pena que no se sepa nada del grupo De Espaldas al Patriarcado. Hay algo muy poderoso en la música realizada por mujeres que, desde el feminismo y el lesbianismo, ejercen una crítica antipatriarcal tanto en sus canciones como en sus declaraciones públicas. La canción «Nadie me dijo nunca» no se baila en las discotecas, pero es un himno. Y quizá, más allá que la capacidad de reunirnos a muchas en torno a una idea o una expresión, hay algo más potente, como es el empoderamiento tanto feminista como sexual. En eso, Griotte Wuornos es una maestra.
“Solo en mi rabia creo cuando subo al escenario”, canta Griotte en «Compañeras», “viva el Comando SCUM y la lucha antifascista!”, recita en un momento de este tema en el que la gente, y ella, se viene arriba. “Hola, buenos días, ¿contacto con la plataforma de machirulos llorones?”, suena una voz telefónica al inicio del tema «Comando SCUM». “¿Van a llorar?, ¿van a llorar ustedes?, ¿quizá todo el mar Mediterráneo?, ¿todo el océano Atlántico?”, prosiguen las palabras en la línea telefónica. “Nos estamos organizando entre mujeres bolleras, entre trans, entre maricas y resulta que vamos a ir a por vosotros”, amenaza. “Solo quería informar de eso”. Solo. Informar. De eso.
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