Es bastante recurrente pensar en la paranoia cuando uno escucha «No mires a los ojos de la gente» de Golpes bajos, porque dentro late la angustia persecutoria, la desconfianza ante la figura de cualquier extraño y la idea kafkiana del sujeto en permanente peligro y sin conocimiento de motivo alguno. Pero mi interés no es tanto el manido concepto de la manía persecutoria, sino el papel que juega el ojo, y su función, la mirada; ese astuto vigía ubicuo de significado tan incierto.
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