Las siguientes dramatizaciones, todas ellas basadas en situaciones reales, se presentan como propuestas para guiar la actuación ante una de las situaciones más comprometidas a las que se enfrenta cualquier amante de la música. Nos referimos a ese incómodo momento en el que resulta de ineludible obligación comentar con un amigo las impresiones personales sobre su actuación y, por extensión, sobre su obra y sus méritos como creador. Obviamente, la situación resulta desagradable únicamente en el caso de que no nos haya gustado el concierto, y el grado de incomodidad es directamente proporcional al nivel de compromiso que nos une a la persona en cuestión.
Lo más frecuente suele ser acudir a ese gran aliado que nos brindan los patrones de la interacción social al uso: la mentira.
– Ey, ¡muy guay, tío! – dijo moviendo ostensiblemente la cabeza con gesto afirmativo.
– ¿Sí? ¿Os ha gustado?
– Sí, sí -sonrió nerviosa- mucho…
El éxito o fracaso de esta estrategia depende básicamente de la habilidad del usuario para convencer al otro de la veracidad de sus intenciones. Conscientes de su escasa capacidad interpretativa, o bien intentando evitar el resquemor que produce al alma el actuar contra el octavo mandamiento, son muchos los que recurren a tácticas alternativas. Un recurso muy socorrido es el de desviar la atención apelando a determinados aspectos positivos del concierto aunque no sean totalmente responsabilidad de nuestro amigo:
– Ha sonado muy bien -comentó con honestidad.
– ¿Sí? Qué bien porque dentro yo me escuchaba fatal…
– Pues sí, muy bien, y la sala genial, ¿eh?
Cabe destacar que esta aproximación funciona igualmente apelando a aspectos negativos. Es más, bien esgrimido, tal recurso puede incluso aumentar la sensación de veracidad de la declaración. Su utilización roza unas altas cotas de efectividad sobre todo al ayudarse de estrategias de apoyo como la de buscar un enemigo común:
– Ha molado bastante, pero no ha sonado muy bien la verdad…
– ¿No? Qué pena porque dentro yo me escuchaba bastante bien -respondió sorprendido.
– Pues no, es que este técnico ya sabes…
En ocasiones los incautos asistentes al concierto, convertidos en improvisados críticos forzosos, incurren en errores de bulto propios de la falta de experiencia. Entre ellos destaca el de apelar a virtudes de dudosa valía para el músico:
– Oye, ha estado súper bien.
– Guay, me alegro de que os haya gustado.
– Sí, sí, muy fresco.
– Ya…
– Y ¡qué original!
– Ajá -sonrió forzadamente.
– En serio: entrañables.
– Perdona, tengo que ir a recoger la guitarra…
Bien es cierto, que en otros casos los comentarios poco alentadores son consecuencia directa del carácter de jolgorio y bullicio propios de la situación:
– Nos lo hemos pasado muy bien.
– Me alegro, gracias por venir -manifestó complaciente.
– Sí, tío, ha sido muy divertido, nos hemos pillado un buen ciego.
– Ah.
Otro error que se comete habitualmente es el de bajar la guardia tras una primera incursión exitosa, dejando entrever nuestras verdaderas opiniones:
– Ha estado muy bien el concierto, ¡nos lo hemos pasado en grande! -afirmaron mostrando grandes dosis de regocijo.
– Pues ya os mandaré las canciones, que acabamos de grabarlas para una maqueta.
– Ah, ¿sí? Bueno es que en directo mola, pero para escucharlo en casa no sé, ¿no?
Finalmente, hasta el menos aconsejable de los recursos comentados hasta ahora es preferible, en cualquier caso, a manifestar espontáneamente un entusiasmo imprevisto:
– Jo, ¡mucho mejor de lo que me esperaba! -Dijo exultante.
– Eh… ¿gracias?
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