No somos como nos vemos a nosotros mismos. Tampoco somos como nos ven los demás, esa imagen que proyectamos y que apenas podemos controlar. Somos como somos, con nuestros reversos, nuestros ángulos, nuestros recovecos, un magma gris donde nada es blanco o negro. La visión general de ese todo completo no la tiene nadie.
La imagen más extendida de Marisol es la de la niña prodigio, canora avecilla de alas cortas, criatura decente y vital, ángel radiante, virginal representación de una España catolicorra, de confesionario y ovispones predicando que sólo era moral su moral (siguen insistiendo en ello).
Pepa Flores quiso desprenderse de todo aquello según fueron pasando los años setenta. Qué hartazgo, qué atragante más insoportable debió de sentir y padecer con tanta hipocresía y tanto puritano para que dinamitara todo su yo posando desnuda para la revista Interviú en 1976. En la transformación que había iniciado no sólo se le veía el semblante más grave; el registro musical también empezaba a ser otro. Y llegó 1980, que si nos parecía de una modernidad palpitante, en realidad no lo era del todo. Los tiempos modernos entonces eran incipientes, primeros balbuceos, más brotes verdes de lo por venir que un árbol ya cuajado de hojas. Y ahí había estado antes ella, Pepa Flores, no aquella Marisol famosa aunque conservase el nombre artístico, para poner delante de todos a una mujer que reclama su derecho a hacer lo que le salga de la gana, que toma sus propias decisiones, que manifiesta un empoderamiento inusual hasta entonces, que denuncia el abuso, que da un golpe en la mesa tan fuerte que derrama las copas de las convenciones y hace torcer el gesto macho.
Galería de perpetuas (Zafiro, 1979) es un disco único, portentoso, una pedrada lanzada contra el escaparate de lo establecido. Asoma la intención desde la primera línea que se escucha: “Hay cosas / que hay que arrancarlas de cuajo / y echarlas en una fosa”. Y así hasta el final. La reafirmación de su sexualidad: “Aunque mi madre no quiera, / cuando te vayas a Río, / por un capricho que tengo / en la bodega del barco / me voy a meter contigo”; o “Piña, mora, chirimoya, / naranjas, / uva, melón, / caquis, higos y aguacates, / cereza y melocotón […] Y entre el duermo y ahora velo, / durmiendo con el frutero / le robé el fruto mejor”. El aullido contra el yugo histórico: “La mujer… ¡un enser más / del macho y la sociedad / por el macho gobernada”. Historias de mujeres “condenadas” en la vida: el grito de denuncia por la violación sufrida en “Por la fuerza”; la pajillera que se gana la vida con la mano en “Cuestecita de Moyano”; la recluida para que prevalezca su honra y no le ladren los curas (“Duerma usted tranquila, madre”); la que se negó a seguir consintiendo malos tratos (“Galería de perpetuas”). Tremendo todo.
Un disco para darle la vuelta a las cosas, revertir situaciones. Como una tortilla de patatas o una tarta Tatin, que quedan incompletas si no se las voltea. ¿Quién fue realmente Pepa Flores, la primera o la segunda? Ni la una ni la otra; fue ambas. En su honor y para que no le quiten lo bailado con el frutero, esta tarta tatin de peras.
Twitter: @goghumo
Comentarios
Grande Pepa y estupendo reconocimiento a este disco.