¿Qué prefieres ser, cola de león o cabeza de ratón? Algunos prefirieron cabeza, pensaron que podrían montar su propio festival y lo consiguieron, no sin un gran esfuerzo y con la espada de Damocles sobre ella en forma de posibles pérdidas económicas. Hay ratones de ciudad y otros de campo, hoy vamos a hablar de estos últimos y permitidme que me centre en los del campo catalán, el más cercano a mí y donde se ha consolidado la tendencia de crear pequeños festivales rurales con encanto a menudo gestionados «por amor al arte» por oriundos de esas poblaciones pero que habitualmente viven en la gran ciudad con dos objetivos: descentralizar la oferta musical y atraer a urbanitas. Son festivales que ofrecen algo más que conciertos y que tienen como público objetivo mayoritario personas de cierta edad curtidas en festivales grandes y medianos.
En Catalunya lo de «festival rural» o alejado de la gran urbe no nos viene de nuevo, el Doctor Music Festival hizo de esa cualidad bandera en los 90, aunque duró tres telediarios y no quería ser precisamente pequeño. En la última década hemos disfrutado de dos eventos de formato mediano que han gozado de popularidad y de los merecidos halagos de la crítica, el popArb de Arbúcies, en el Montseny, que este año celebra su décima y última edición, y el maravilloso Faraday, no rural pero sí off Barcelona, en Vilanova i la Geltrú, bañado por el mar y custodiado por el Parc del Garraf, que se despidió hace dos años. Dos festivales amables que han demostrado que otra forma de tratar al público es posible.
Los pequeños nuevos festivales rurales beben de la misma fuente que estos, de los cuales sus organizadores han sido público, pero reducen el formato y aumentan el factor «experiencia». Tomemos como ejemplo a dos de ellos, ambos en la provincia de Lleida: el Vallsonora, en la Vall d’Àger (26 y 27 de junio), y el Maldaltura, en Llessui (17 y 18 de julio).
El Vallsonora afronta su tercera edición con un cartel arriesgado, sin un cabeza de cartel mediano a pesar de la reciente popularidad de Rombo, a las que hay que sumar a Miquel Serra, The Zephyr Bones, The Missing Leech, Opatov, Ocellot, Combray, Tiger Menja Zebra, Awwz y una serie de DJs.
El Maldaltura ofrece un cartel más abierto con Fernando Alfaro como gran nombre, se lleva también a las omnipresentes Rombo y añade a Salvaje Montoya, Cómo Vivir En el Campo, Neleonard, Cala Vento, Germà Aire y Roller Disco Combo.
La organización de ambos eventos coincide en varias cosas, como en el hecho de ver su proyecto como algo más que música en directo. Para Oriol Guiu, coordinador artístico del Vallsonora, el objetivo es «que no sea visto sólo como un festival de música sino que por el lugar donde se hace (una masía y un castillo) y por el tipo de conciertos de pequeño formato la gente lo vea como algo más, que es estar en Àger y disfrutar de otras cosas que la población ofrece, pasar un fin de semana en un sitio tranquilo, ver los conciertos sin aglomeraciones». Ruben Navarri, uno de los tres máximos responsables del Maldaltura, dice que quieren que la gente «se sienta parte del festival, valore el atractivo del Pallars (en la montaña de Lleida) y quiera repetir». «Entendemos que la mayoría de la gente ya ha visto a los grupos del cartel antes pero verlos en ese entorno (un prado con espectaculares vistas), tomarte una cerveza con el grupo antes y después de tocar hace que te lo tomes como un fin de semana fuera», añade.
Comparten también algunas dificultades, como las logísticas; «A nivel de infraestructuras, no tienen y hay que llevar escenario, en nuestro caso generadores porque en uno de los escenarios no hay luz. Es un trabajo de producción inmenso, es el precio que hay que pagar por hacerlo en un lugar especial», opinan desde el Vallsonora, quienes también hablan de reticencias iniciales de los habitantes de la zona, según Guiu: «Son cosas que primero son vistas con distancia pero que se van superando. En el pueblo se relacionaba un poco con el desmadre y han visto que es una propuesta cultural válida». Y, como no, dificultades económicas: «El festival se mantiene por lo que se obtiene en la barra e intentamos que la marca de cerveza y las instituciones locales nos ayuden un poco, para poder hacer un festival gratuito. Esto es limitado, debería de haber mucho público bebiendo, mucho, para obtener un presupuesto importante. Nosotros les aseguramos unos mínimos pero la mitad de los grupos se han rebajado el caché», apunta Raúl Hinojosa del Maldaltura.
El porqué del pequeño triunfo de estos festivales está claro en una época en que el campo es un balón de oxígeno para urbanitas agobiados y lo es doblemente si esos urbanitas son amantes de la música hartos de eventos gigantes. «Hay un fenómeno de saturación por parte de un sector del público más maduro, a quien le gusta ir a festivales pero está cansado de las aglomeraciones y de formar parte de la masa, que a veces no te permite disfrutar propiamente de la música», opina Guiu desde el Vallsonora. «No ofrecemos grupos diferentes a los que se pueden ver en Barcelona, lo que ofrecemos es verlos todos juntos en un entorno diferente, en un festival cómodo y de calidad», añade Hinojosa desde el Maldaltura.
En ambos casos, sus responsables no se dedican a la música ni a la organización de eventos, así que es natural que confeccionen un cartel según sus gustos, sin seguir una línea prefijada. El Vallsonora tiene claro que «hay festivales que se ocupan de ofrecer cosas más asimilables» y que su papel es «aportar cosas diferentes, originales e interesantes y que quizá gente que no las conoce pueda verlas allí». «A la hora de programar apostamos por nuevas bandas o que no lo son tanto pero que son necesarias. Buscamos que todo tenga un sentido pero no responde a un criterio concreto. Puede que este año haya una apuesta más electrónica porque hemos buscado romper la tendencia de hacer conciertos acústicos en la primera noche en el castillo, donde haremos una experiencia nueva acompañando el concierto de Combray de los audiovisuales de Alba G. Corral», explica Oriol Guiu.
Para el Maldaltura «el cartel se va definiendo por impulsos». «Un día vas a un concierto de Salvaje Montoya, piensas que molaría llevarlo al festival y acabas proponiéndolo. Cala Vento decidimos que los queríamos después de verles en el Primavera Als Barris», dice Hinojosa, mientras Navarri opina que «en el cartel hay dos tipos de grupos, aquellos a los que ya conocemos todos y nos gustan y otros a los que les vemos potencial y que comienzan, como Roller Disco Combo y Cala Vento».
A pesar de las piedras encontradas en el camino, ambos valoran positivamente su aventura. «Estamos contentos», dice Guiu, «lo más positivo es el reconocimiento que el festival está teniendo dentro del sector, falta que la gente lo vaya descubriendo, algo que sabíamos que costaría más». Los vecinos de provincia del Maldaltura hacen un balance «positivo, aunque económicamente deficitario». «No esperábamos que viniera tanta gente, de hecho pensábamos que vendrían más de la comarca y nos encontramos que subió mucha gente de Barcelona y ciudades cercanas», aclaran, para añadir: «Esperamos ir creciendo y aprendiendo de los errores, no queremos hacer un macro festival pero sí ir más tranquilos y quizás traer a un grupo de fuera».
Vámonos al campo, Pepe, que los macrofestivales ya los vivimos de veinteañeros y el calor y la crisis aprietan en la ciudad.
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