Y.

Una Górgona, una Equidna flamenca; una serpiente, símbolo del pecado en toda cultura. Una bicha, en definitiva. Una visión particular del canto de sirena, mitad animal mitad mujer; mujer sensual que con su canto obnubila. Mitad mujer, mitad reptil, emblema de la fuerza infinita y el tiempo. O quizá un mero dibujo. Aunque no creo en casualidades. Y punto.

Y punto; punto y aparte. Todo puntilloso, no da puntada sin hilo. Hilando una historia con otra como paradas que van construyendo el mapa. Un mapa que cuenta la historia de un regreso. De un regreso, y sobre todo, de una (hu)ida.

Bebe vuelve contando que se fue; que se tuvo que ir, más bien. Porque todo estaba demasiado cerca. Estaba tan cerca que no se veía, que no se sentía. Y ahora, una vez todo en su sitio, su cuerpecito regresa para narrar  lo que pasó en ese tiempo en el que simplemente desapareció. Y la conclusión, a modo de algarabía y brutalidad carnal, prefiere reseñarla en forma de canciones.

Y de ese modo nace este disco, confesaba su autora que ha pretendido construir con mayor complejidad que el predecesor, entrecruzando éste, su nuevo aire, con las compañías que desde su debut ha ido conociendo: el flamenco de expresión urbana de Chambao, la jarana certera de Los Delinqüentes, el relatar ingenioso de La Mala y la fusión rítmica de El Bicho.

Un álbum basado en la experiencia personal que habla claramente de un yo perdido, que relata sus emociones consiguiendo, en la presentación, alcanzar un escalón más. Con la cabeza más asentada, pero no por ello fija, las composiciones abandonan ese lado pop, predominante de “Pafuera Telarañas» (EMI, 2004), potenciando los sonidos de la tierra, las palmas, el acento, extremo y duro, y el contoneo de las caravanas gitanas, con letras más íntimas y deslenguadas.

Una entrega interesante y un giro acertado en que quizá Bebe siga adentrándose. O no. Quién sabe por qué se dejará llevar esta bicha la próxima vez.