Este trío y su único disco no pasan de ser una ocurrencia. Eligieron el nombre de un faraón, el de un profeta y el de un santo muy venerado en Madrid, pero lo que de verdad buscaban era unas siglas bien reconocibles: RIP.
Según consta en la contraportada de su único álbum, todo nació durante la grabación de un LP de Nuestro Pequeño Mundo, por la fecha suponemos que su «1 x 1» (Movieplay, 1970). Una canción no salía a pesar de repetirla una y otra vez. Tras un parto complicado, por fin consiguieron dar a luz una toma decente. Entonces, Jaime Ramiro comenzó a cantar un galimatías ininteligible procedente de una canción popular de taberna: “Perikituli, que minduli, que putingui”. El resto del grupo se contagió y se unió a la celebración. El productor, Gonzalo de la Puerta, emplazó al grupo para que grabaran aquel “Don Prudenciano”.
Nadie tomó en serio aquella invitación, pero pasados unos meses volvió a lanzarse la idea de hacer un disco con canciones populares y propias de esas que se cantan en excursiones y farras varias. En principio, se pensó en el propio Nuestro Pequeño Mundo; sin embargo, no todos estaban de acuerdo y, además, parecía un grupo excesivamente numeroso para tal asunto. Se pensó crear una especie de grupo fantasma dirigido por Jaime. Él define a sus dos compañeros como dos primos hermanos: Carlos Mena y Carolo Ramiro.
Se tiró de temas populares españoles con el denominador común de la chanza, como el anteriormente citado “Don Prudenciano”, “El burro de la tía Vinagre”, “Mi abuelo tenía un huerto”, etc. Junto a ellas, los tres componentes firmaron mancomunadamente algunas nuevas canciones: “Noche lóbrega”, “Balada de las suegras” y otras. El resultado fue “Canciones Para la Hora del Té” (Movieplay, 1971), en el que participaron algunos importantes músicos de sesión como el percusionista Ebano y el bajista Gracia, compañeros de Nuestro Pequeño Mundo y algún componente de Aguaviva.
Aquello no tuvo más recorrido que unas pocas actuaciones en el circuito de colegios mayores universitarios, alguna presentación radiofónico y poco más. Tampoco se pretendía otra cosa que echarse unas risas y provocar la hilaridad del respetable. Por primera vez unos chicos serios y preparados se marcaban un regodeo musical sin ser propiamente humoristas, cómicos o cuentachistes. Queriendo o sin querer, habían abierto la espita de la canción satírica y burlesca que pronto hallaría continuidad y ventas con Desde Santurce a Bilbao Blues Band, La Charanga del Tío Honorio, Desmadre 75 y otras yerbas.
Hoy algunas las canciones de Ramsés, Isaías y Pantaleón aparecen en las más extravagantes antologías de la música patria y su único long play figura en las quinielas de aspirantes al peor disco de la historia española.
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