Siempre sucede, y esta vez no iba a ser una excepción; las etiquetas no hacen justicia a una escena musical tan heterogénea como fue la del llamado Xixón Sound. Sus figuras más relevantes supieron hacer piña y como resultado pusieron a la ciudad norteña, tanto tiempo periférica, en el centro del mapa artístico estatal. Así que algo se movía, sí, pero no todo eran guitarras distorsionadas y letras en inglés; más allá de bandas como Australian Blonde y Manta Ray surgieron grupos difícilmente clasificables, como Mus, el proyecto en el que Fran Gayo (teclados) y Mónica Vacas (voz) se embarcaron, allá por 1997.
Al principio quisieron convertirles en los pioneros del trip hop por estos lares, lo que no deja de ser una muestra del desconcierto que generaron entre la crítica especializada. Fran Gayo ha rehusado una y mil veces este sambenito, extrañado: y no es para menos. La propuesta de Mus transcurre por otros derroteros, los de un folk sosegado, austero y lírico, de influencia anglosajona -donde ellos admiten su deuda con los angelinos Mazzy Star, entre otros- pero muy aferrado a la tierra, como demuestran la elección casi exclusiva del asturiano en sus letras, y las frecuentes adaptaciones de temas tradicionales a lo largo de su repertorio.
Tras dos EP, «Zuna» (Acuarela, 1997) y «Pigaz» (Acuarela, 1998), en 1999 veía la luz su primer larga duración, «Fai» (Acuarela, 1999), en el que siguieron apostando por una producción casera. Fueron comienzos de flirteo con la electrónica: sintetizadores y cajas de ritmos se prestaron a revestir una sencillez melódica que no abandonarán en discos sucesivos. Para esta ocasión contaron, entre otros, con la colaboración de Nacho Vegas en el tema «La d’amor».
El siguiente EP, «Alma» (Acuarela, 2000), anticipó el cambio, el definitivo asentamiento en el folk melancólico que ha caracterizado al grupo. Tan pronto como se sintieron legitimados a implicar a otros músicos en su idea -Fran Gayo insiste en que el uso de la electrónica respondía más a cuestiones “logísticas”-, Mus encontró su sonido. Un sonido desnudo, delicado y de tonos fríos, caracterizado por la voz susurrante de Mónica Vacas, arpegios reposados, austeridad instrumental y unas letras muy cuidadas, en una línea temática de intimismo e introspección.
Hay tiempo también para darse a conocer fuera de nuestras fronteras, obteniendo una acogida muy favorable en EEUU: el sello radicado en San Francisco Pehr editó en el año 2000 un disco con los dos primeros EP completos, más tres canciones inéditas, entre ellas una bonita versión de «Eu sei que vou te amar», de Vinicius de Moraes; y al año siguiente la también californiana Darla Records lanzó «Aida (Bliss Out Vol. 17)» (Dala, 2001), un breve EP con dos nuevas canciones, «Aquel inviernu» y «A cielu abiertu», amén de encargarse de la distribución del resto de álbumes del grupo por aquellos lares. También verá la luz años después, nada menos que en Taiwan -a cargo del sello Avant Garden-, el recopilatorio «Dominar la Fame» (Avanta Garden, 2004), recogiendo el periplo del grupo entre 1996 y 2004.
Volviendo a «Alma», la mezcla concienzuda de los ingredientes incluidos entonces eclosiona en el segundo largo de Mus, «El Naval» (Acuarela, 2002), probablemente el mejor disco del grupo: un compendio de miniaturas invernales donde destacan joyas como «Al oeste de la divisoria» o «Quien bien te quier».
Poca novedad presentaría en lo formal su sucesor, «Divina Lluz» (Acuarela, 2004), más allá de las letras, que experimentan un cambio de predominio de la primera a la tercera persona. Mus se contextualiza aún más y, manteniéndose en el ámbito de lo cotidiano, muestra una conciencia social profunda y liberada de clichés, abordando temas como los accidentes en las minas de carbón –«Déxame pasar»– o la problemática de los barrios industriales abandonados –«Na esplanada»-.
El último disco de la banda, «La Vida» (Green Ufos, 2007), se desmarca un poco del temperamento triste y pesimista que ha supuesto una constante en toda su discografía previa. Aunque inevitablemente melancólico, es un trabajo lleno de esperanza, con melodías más amables, guiños divertidos y, fieles a la costumbre, momentos de conmovedor lirismo en temas como «Sábana al vientu».
Parece que Mus no fue sino un viaje iniciático emprendido desde las raíces, desde la oscuridad húmeda del subsuelo, hacia la luz. Entendiéndolo así, no resulta extraño que Mónica y Fran pusieran fin a su andadura conjunta tras «La Vida». Lo que nos han legado es un testimonio singularísimo, el de una banda peculiar, que, aun en su aversión al directo y a pesar de apostar por el asturiano en sus letras, ha gozado y goza de respeto y aclamación en la escena independiente dentro y fuera de nuestro país. Nadie que haya disfrutado de su tristeza dulce -o de su dulzura triste,cómo distinguir- dirá que son inmerecidos.
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