“Me llamo Manolo Pelayo, aunque mi verdadero nombre es Manolo Pelayo. Mi padre se llama Manolo Pelayo. Nací en el punto donde se unen Zeus, Uranus y la corriente del Golfo; es decir, en esas islas que están en el mapa según se baja a la derecha y que atienden por el nombre de Afortunadas. O sea que soy canario”. Así se presentaba el cantante en una entrevista aparecida en la revista Fonorama en 1966.
Inicia su actividad en el coro de su colegio y de cuando en cuando hacía de monaguillo, lo que le servía para fumarse la clase de latín. Ya destacaba por sus ojos azules, su pelo rubio y su buena voz. Vamos que Manolín era todo un angelito.
A finales de los 50 marcha a Londres donde pasa una temporada que le sirve para llenarse de la música que se hacía por allí, especialmente del naciente rock and roll. Cuando regresa a España, es para establecerse en Madrid, teóricamente para estudiar en la Universidad. Una vez cumplida la pertinente (más bien impertinente) mili, forma en 1961 el conjunto Los Vultures, que poco después se convertiría en Las Estrellas Negras y enseguida en Los Diablos Negros. Pronto Manolo y sus diablos se granjearon fama de broncas, atrevidos, rebeldes y, aunque la palabra no había sido aún acuñada, de antisistemas. Pero eran realmente buenos y los jóvenes más modernos de Madrid les tomaron como ídolos indiscutibles.
Actúan en varias matinales del Price y el 15 de diciembre de 1963, Manolo sale a hombros del legendario coliseo madrileño con centenares de fans siguiéndole en procesión. Su estatura (1,77), su cara entre aniñada y gamberra, sus preciosos ojos y su sentido del humor derretían literalmente a las chicas y servían de modelo a los muchachos.
Con estos atributos, pronto las casas discográficas comenzaron a comerle la oreja con diversas propuestas, que acabaron por romper Los Diablos Negros en 1965, tras dejar registrados algunos de los mejores temas beat grabados en castellano. Manolo entonces toma las riendas de Los Botines, en los que estaría menos de un año y que, a pesar de la campaña en prensa, no llegaron a funcionar del todo. Finalmente acepta la oferta de Columbia para en 1966 iniciar su recorrido como cantante solista.
Su presentación tiene lugar en el Festival de la Canción de Mallorca con la canción “Rufo el pescador”, compuesta por Manolo Díaz y defendida al alimón por una debutante Massiel. El aura de rebeldía se mantuvo, pues se presentó en uno de esos festivales veraniegos con una canción protesta, o todo lo protesta que era admisible entonces, que era muy poca. No ganaron, pero fue la canción más escuchada posteriormente y subió a los primeros puestos de las listas. Por si fuera poco, en la cara B, el disco «Regresaré / Rufo el Pescador» (Columbia, 1966), incluía un tema de Simón & Garfunkel en español. Todo parecía indicar que por fin España tenía un solista que caminaba por la senda del folk rock que venía de Estados Unidos.
Nada más lejos de ese magnífico inicio. No sabemos si fue cosa de Manolo, de su séquito o de su sello, pero lo cierto es que los siguientes discos fueron decepcionantes. No se fijó en un estilo determinado, Tan pronto publicaba una canción ligera comercialota, como abrazaba el incipiente soul, como ensayaba un nuevo intento de canción protesta o versioneaba algún tema norteamericano, como “Kentucky woman” de Neil Diamond. Esta falta de criterio y lo errático de sus grabaciones quemaron literalmente su carrera en año y medio. Ni los esfuerzos de la revista Fonorama, que siempre le aupó, ni las apariciones en emisoras de radio, ni los directos con un buen grupo detrás sirvieron para afianzar la carrera de una de esas eternas promesas que nunca llegaron a convertirse del todo en realidad. Y fue una pena, porque Manolo Pelayo tenía casi todas las papeletas para convertirse en un grande de la música española, pero…
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