Cuando se habla de Los Tornados siempre acaba apareciendo un comentario: «Eran una banda buenísima, pero no llegaron al gran público porque se adelantaron a su tiempo». ¿Se puede utilizar esta afirmación de una formación que reivindicaba y recuperaba los sonidos del rockabilly primigenio, la vuelta a 1950, antes del fichaje de Elvis por la RCA y la explosión del rock and roll? La respuesta, por paradójico que pueda parecer, es sí.
Para entenderlo, hay que situarse bien en el contexto: mediados de los años 80 del pasado siglo. El rockabilly español vive lo que podemos denominar como una época dorada, muchos de sus representantes suenan con frecuencia en radios e incluso algunos de ellos llegan a alcanzar importantes cifras de ventas.
Toda discográfica que se precie busca incorporar su grupo de rockabilly: sus Rebeldes, su Loquillo, sus Gatos Locos. Incluso se desarrolla un estilo peculiar, que recoge influencias británicas, latinas o tex-mex, y que se conoció como spanish rockabilly. Bandas de rockers recorren las calles, en su mayoría de estética biker, con sus pantalones vaqueros, sus botas y sus cazadoras de cuero.
Es entonces cuando Anabel Moreno, una chica muy aficionada a Elvis, a su música y su estética que, como muchos jóvenes de su época, ha conocido gracias al ciclo- homenaje programado por la Televisión Española tras su muerte a finales de los años 70, recién ingresada al instituto se ve atraída por la estética de un grupo de chicos a los cuales consigue conocer. Estos chicos tienen un grupo al que han llamado Los Dandys, formado por Jesús Sanz (guitarra acústica, voz), José Antonio Noguera (guitarra solista), Francisco Javier Sarmentero (batería), y un contrabajista que compagina Los Dandys con una banda de blue-grass llamada Yerba-Azul.
En alguno de esos ensayos, totalmente acústicos y caseros, sin juego de micrófonos, Anabel había demostrado sus enormes cualidades como cantante interpretando algún clásico de Janis Martin o Wanda Jackson. Así que, cuando el contrabajista tiene que decidir y abandona para dedicarse más a la citada banda de country, le proponenentrar en la banda como cantante. Jesús Sanz se cambia al contrabajo y Anabel Moreno pasa a ser voz principal y guitarra rítmica. El grupo, además, cambia de nombre; nacen Los Tornados, una de las mejores bandas de rockabilly que jamás hemos tenido en España.
Los Tornados, además, tienen una peculiaridad: no son un grupo de rockabilly tal y como se entendía por entonces, ni en cuanto a música, que reivindica los sonidos primigenios de la Sun Records cuando la palabra vintage estaba a décadas de ser utilizada en este contexto, ni en cuanto a estética, que no tiene nada que ver con los bikers: botas, pantalones vaqueros o cazadoras de cuero, y sí con los llamados hepcats: ropas de importación, camisas, pantalones de tergal, faldas de vuelo, y demás. Una vuelta a principios de los años 50 y a las bandas del género en el siglo XXI. Un regreso al futuro.
Después de dar algún concierto a lo largo del año 1985, entran en los estudios de Radio Cadena Española el 6 de diciembre de ese año, suenan por fin enchufados, con micrófonos y amplificación, y registran una maqueta: seis canciones, en su mayoría versiones (Brenda Lee, Dottie Jones, Janis Martin), adaptaciones (Johnny Horton) y un tema propio titulado “Chico de lujo”.
Después de mover la maqueta por todas partes y de realizar multitud de actuaciones, empiezan a recibir alguna oferta de contrato discográfico. Al final, se decidirán por La Rosa, una filial de Dial Discos y, en octubre de 1986 entran en los estudios Metrópolis de Madrid para registrar siete temas, los seis del que va a ser su mini-LP de debut, y la que ha de ser cara B del sencillo promocional. La casa de discos exige que las canciones sean en castellano.
Debido al sonido que buscaba el grupo la grabación resultó un tanto accidentada: el sonido acústico, las escobillas, el slap… (“al técnico de sonido todo le parecía que hacía ruidos raros”). Los músicos le llevaban al técnico discos de la Sun como ejemplo del sonido que querían, pero incluso así resulto difícil. En fin, Anabel diría aquello de “Hay técnicos que no han escuchado en su vida rock and roll y creen que son fallos lo que son efectos”.
Al final verá la luz, con el título de «El Hombre que Amaré» (La Rosa, 1986), y se presentará en el bar King Creole, por entonces el auténtico templo para los rockers madrileños.
Con alguna excepción como, entre otros, los británicos Blue Cats, los finlandeses Hal Peters Trio o, en España, en sus inicios Los Coyotes (especialistas en ser pioneros de aquello en lo que se apuntaban) la recuperación del sonido de principios de los años 50 era una cosa rarísima, algo que, por fuerza, iba a suponer un choque. También un soplo de aire fresco en la escena.
El sonido del disco deslumbra a los críticos más puristas pero a la vez fue muy criticado por los más duros, que tacharon a la banda de antiguos, de puretas, de sectarios o de elitistas. Asimismo, su estética, que ahora sería perfectamente normal e incluso habitual en el movimiento rocker, entonces les hacía ganarse el apelativo “catorros”, algo así como los niños pijo del rock and roll. Además, la dedicatoria del disco dejaba a las claras qué era lo que pensaban estos chicos; “a todos los fans que les gusta el verdadero rock and roll”. En cualquier entrevista hablaban de tupés vacíos de música, apuntados al rock and roll por una simple cuestión de modas. De modo que, por unas cosas u otras, no había concierto de los Tornados sin que entre el público se escuchasen protestas por su sonido o por su vestimenta.
Esta incomprensión, manifestada incluso por algunos rockers, al final termina por desanimar y cansar a algunos miembros del grupo. Así, Anabel se marcha a Londres a trabajar en lo que sea necesario para poder mantenerse, pero salir, conocer escenas, festivales, locales, sonidos; en definitiva, a empaparse de rock and roll en un ambiente más tolerante y avanzado. Poco después, le seguiría Javi, el batería.
Antes, ya en 1989, habían entrado de nuevo al estudio, con un nuevo guitarrista Francisco Javier Marín y la incorporación de un saxofonista Michael Lord para registrar una segunda maqueta con un sonido orientado al jive y al rhythm & blues. De hecho, la banda funcionó un tiempo más con un nuevo batería, Carlos Tovar, y una nueva cantante, Maureen Kinners.
Cuando Anabel vuelve de Inglaterra, se encuentra con que esas grabaciones, todas ellas versiones y todas ellas en inglés salvo una adaptación de Eddie Cochram, habían sido editadas a toda prisa con el título de «Now’s the Time» (La Rosa, 1991), sin previo aviso, para tratar de exprimir el boom del rockabilly español.
Con la ilusión renovada tras su experiencia británica, Anabel y Francisco Javier Sarmenteros, el batería, fundaron The Loneshots, una de las primeras bandas españolas de rockabilly con proyección internacional que incluso toca en festivales importantes, como en Hemsby o el Teddy Boy Weekender. Más tarde, ya en 2002 y tras una larga retirada, Anabel formará Anabel & The Rock-A-Bells. Jesús Sanz, por su parte, se integró, años después, en bandas importantes de la escena, como The Nitemares y The Moon River Trio.
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