«Yo no canto un carajo. Eso está claro. Compongo e interpreto lo mejor que puedo, pero cantar ná de ná. Trato de interpretar mis canciones. Es la esencia lo que se plasma. Aporto mi vida, que está en mis letras. Es una forma de pensar, vale, pero es la mía. Porque yo las canciones las hago como me salen, tal y como tenga ese día la chola«. Ese es Alberto Romero, Albertucho, un joven sevillano del barrio de Bellavista. Intentar resumir su esencia resulta difícil, ya que pese a sus inicios bastante bohemios ha jugado con casi todas las melodías: del rock al ska pasando por la rumba. Eso no le ha impedido ir evolucionando hacia un sonido algo más cuidado y a mantener en sus letras una poesía muy cercana. Sus influencias musicales han ido marcando su carrera y definiendo su estilo, a veces a base de saltos poco acertados.
Sus inicios estaban claramente influídos por un amplio abanico de grupos que iban desde Triana a Extremoduro, pasando por Kiko Veneno. Él mismo se confiesa un melómano insatisfecho, y el aprendizaje continuo que realiza sobre el mundo musical le ha llevado a idolatrar, con el paso del tiempo, artistas bastante más sofisticados de la talla de Tom Waits o Albert Pla. Eso también se ha visto reflejado en su evolución musical.
Su carrera musical comienza en 2004, cuando aparece «Que Se Callen los Profetas» (DRO, 2004), un álbum con poca promoción que consigue captar adeptos por doquier gracias a unas letras poco convencionales acompañadas de un abanico rítmico muy diverso. Pese a comenzar fuerte, gracias al apoyo de una gran discográfica como DRO Atlantic, apenas logró colar algún éxito en las listas de ventas. A cambio, comenzó una andadura sigilosa que desde entonces ha sido constante con el único objetivo de abrirse un hueco en el panorama musical.
Dos años más tarde sacaría al mercado el que sería su segundo trabajo de estudio, titulado «Lunas de Mala Lengua» (DRO, 2006), bastante diferente al primero y en el que cambia la sorprendente frescura que mostraron sus novedosos ritmos de su álbum debut por sonidos más convencionales y comerciales en los que, a cambio, se muestra como un bohemio poeta cotidiano.
Como los años pares parecen servirle de amuleto para un exitoso reconocimiento, en 2008 se publica «Amasijo de Porrazos» (DRO, 2008), un largo bien resumido en su título en el que el rock que él mismo reconoce como propio ocupa la escena central, ya que se trata de un trabajo que surge gracias a un directo potente que poco tiene que ver con la esfera ciertamente personal que desprenden sus anteriores trabajos.
En 2010, y con la producción de Juan de Dios, Albertucho saca al mercado «Palabras del Capitán Cobarde» (El Volcán, 2010), un álbum algo alejado de la línea que perseguían sus anteriores trabajos. No se trata de una concesión a su nueva discográfica, sino de un trabajo que demuestra la madurez que ha ido adquiriendo tras muchos años de aprendizaje. Dos años después llega «Alegría!» (Bliss, 2012), una clara apuesta por sonidos de sabor y aroma a caoba.
Lo que sí es cierto es que nunca abandona su marcado acento andaluz ni su sencillez, lo cual es de agradecer.
Comentarios