Chili de carne / Indómitos (El Beato Recordings, 2008)
Todo género artístico alcanza su madurez cuando en las obras que lo conforman se solidifican una serie de rasgos, de tópicos, que se comparten una vez tras otra. A mayor número de lugares comunes, un género queda más acotado y se hace más reconocible. Así, en el ámbito cinematográfico, si hay un género por excelencia, ese es el de los westerns.
Pónganse, por ejemplo, una diligencia de caballos, un indio con la cara pintada, un saloon —con una puerta de vaivén y vasos de whisky en la barra—, un sheriff con cartuchera en ristre y algunos cactus, y ya tenemos montada una película del Oeste. Sin duda, se dan otros muchos elementos identificativos en ellas (qué serían sin los sombreros de ala ancha y las botas camperas), pero hay uno más habitual de lo que parece a primera vista y en el que no suele repararse: una escudilla de alubias. Las alubias son a los westerns lo que una flor a la primavera. De ahí que quizá se trate de una de las comidas que más veces hemos visto en una pantalla.
Aquí sabemos mucho de alubias: los judiones de La Granja, las pintas, las verdinas, las de Tolosa, los chichos asturianos o feixón gallego, y pongamos un etcétera para que no se nos desborde el plato. Para cocinarlas a todas ellas, hay que armarse de paciencia; pese a su aspecto recio y su digestión implacable, requieren de tiempo y cuidados. Y ellas, a cambio, se dejan hacer con verduras, carnes o hasta marisco, frías en ensalada o calientes.
Este chili de carne está pensado para gente indómita, con ganas de atravesar bastas llanuras y enriscados desfiladeros con poco más que una cantimplora y una frazada echa un rulo. Como Daniel, Paula y Manu, tres gallegos inquietos y aventureros, que han movido sus horizontes hacia el norte —empezaron el grupo en Glasgow— y hacia el oeste —el siguiente proyecto musical, Selvática, se originó en Río de Janeiro—, con Paula Vilas como nexo en ambos.
Un puchero con una ración de estas alubias es oscuro y rasposo como la música de Indómitos. Juntos, rasca el gaznate y rasca la mente. Te llevas la cuchara a la boca mientras silban balazos cuando atacan los instrumentos, como en un duelo; si te da alguno, no hay que preocuparse, pues como se escucha en las primeras líneas del disco: «Tu herida dejará de sangrar / una vez que la deje de apretar».
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