¿Habéis pensado alguna vez las cosas que se ponen en juego cuando escuchamos música y cuando la creamos? Pues sentaos un rato en nuestro diván musical. Si revisamos los textos escritos sobre música y psicoanálisis, no encontramos mucho, pero podemos adaptar conceptos que nos permiten una lectura distinta del proceso creativo.
En primer lugar, la música es la experiencia de lo inefable. Está claro que los sonidos que componen la música están articulados, combinados por el artista de acuerdo a una lógica y a una estética. Es decir que esta inefabilidad se manifiesta por sonidos encadenados en secuencias, tiempos, ritmos, silencios, etc.
Dice Freud en su «Presentación Autobiográfica» (1925): «El artista, como el neurótico, se había retirado de la insatisfactoria realidad al ámbito de la fantasía, pero, a diferencia de aquel, se las ingeniaba para hallar el camino de regreso y volver a hacer pie sólidamente en la realidad. Sus creaciones, eran satisfacciones fantaseadas de deseos inconscientes (…) Pero, a diferencia de los sueños, asociales y narcisistas, estaban calculadas para provocar la participación de otros seres humanos, en quienes podían animar y satisfacer las mismas emociones inconscientes de deseo». ¿Sabíais que Freud no se atrevió a analizar la música porque padecía de uno de los muchos tipos de amusias (deterioro o pérdida de la capacidad de reconocer o evocar elementos musicales) y, como consecuencia, no sentía ninguna emoción con ella?
Desde Freud sabemos que todos los seres humanos tenemos pulsiones, que son procesos que empujan al organismo hacia una meta. La pulsión tiene una fuente de excitación corporal (estado de tensión) que todas las personas necesitamos descargar a través de algún medio. Aunque existen varios tipos de pulsiones, entre ellas encontramos la pulsión de muerte, dirigida en un primer momento hacia el interior tendiendo a la autodestrucción, y en un segundo momento hacia el exterior en forma de pulsión agresiva o destructiva y la pulsión de vida o Eros, dirigida a conservar la existencia.
La creación artística es uno de los medios de descarga de las pulsiones que todos los humanos utilizamos. A esto se le llama sublimación, es decir, un proceso mediante el cual canalizamos nuestras pulsiones sexuales hacia fines no sexuales, es decir, hacia objetos socialmente valorados, como la música, la pintura, la escritura… Así, una persona con una pulsión sexual más voyeurista, podría sublimar siendo, por ejemplo, fotógrafo.
En la creación musical, el artista está desvelando todo su mundo interno, y su inconsciente sale a la luz con mucha menos represión que en nuestro día a día. En grupos musicales esto es aún más complejo ya que se ponen en marcha no un inconsciente sino dos, tres, cuatro… dependiendo de los integrantes que formen el grupo, por lo tanto se crea un inconsciente grupal compartido. ¿Pero qué pasa cuando ese inconsciente grupal se exhibe a la luz de los focos de un escenario? ¿Y si además ese inconsciente grupal es aclamado por un público? Que todos los inconscientes de cada uno de nosotros empiezan a compartir puntos comunes, como si de una tela de araña se tratara, creando una experiencia grupal e individual difícil de explicar con palabras, donde pareciera que el que está escuchando se siente también escuchado, reconocido en las emociones que el grupo transmite, aunque no siempre significa lo mismo para unos que para otros, ya que los inconscientes son muy suyos y muy nuestros.
Así en los conciertos, se puede ver gente cantando, intentando seguir la canción, interpretándola con gestos… La repuesta emocional es inmediata. La euforia, la melancolía, la ira o la calma que transmite la canción se convertirá también en “mi” euforia, “mi” melancolía, “mi” ira o “mi” tranquilidad, aunque realmente no hay fusión real con el otro, la melodía no es mía, ni soy el artista que la toca y esto puede generar sentimientos de muchos tipos, envidia, alegría, tranquilidad. La música nos sacude, nos acaricia, nos golpea, nos atraviesa… no hay ciencia que pueda explicar este hechizo que la música plantea, ni las heridas que nos deja.
Comentarios