Que en pleno 2006 vea la luz un disco de Kikí d’Akí no puede considerarse más que de privilegio, más aún si este es tan bueno como este «Villa Flir» (Siesta, 2006). De privilegio, o de milagro, tal cual se encuentra en este momento la industria discográfica, y lo mucho que cuesta que las nuevas generaciones se interesen por un grupo que ha estado tanto tiempo alejado del circuito, aunque siga haciendo canciones tan buenas como las contenidas en este largo.
Los once temas aquí incluidos son composición de Sergio López de Haro, concebido como un cuento en clave pop cuya línea argumental son los sentimientos. Y si de sentimientos va la cosa, el álbum va bien encaminado, porque si de algo va sobrada la voz de Jose es de capacidad para transmitirlos, pese a la cuando menos discutible producción de Guille Milkyway. Una producción que, de primeras, choca, incluso chirría, pero a la cual uno al final no sólo acaba pillando el punto, sino que acaba por saborearla por su riqueza en matices que recrean a la perfección el cuento que Sergio y Jose nos quieren contar.
Decía Kikí con su feliz regreso en «Mi Colección» (Siesta, 2003): «Estoy un poco asombrada, escucho programas de radio y no encajo, como siempre. No sé si es bueno o malo, pero lo mío no es lo que se hace». Desde luego, es bueno, cuando lo que se hace no sólo tiene tanta personalidad, sino que está tan bien hecho. Porque lejanos ecos de Vainica Doble aparte, lo que Kikí nos ofrece en este album es una singular interpretación de un pop maduro adaptado más que bien a los nuevos tiempos.
Así, el sunshine pop marca de la casa (azul) en «Hoy te vi», en absoluto desentona con la solemnidad de un pop austero, sobrio y emocionante representado por la genial encandenación que conforman «Tonterías», «La ventana», «Si hace sol» y «El corazón cansado». Especialmente «La ventana», una grandiosa canción, una nana para adultos, y «El corazón cansado», que recuerda a lo mejor de otro de nuestros genios: Carlos Berlanga.
La alegría y placer de hacer canciones quedan de manifiesto en «Junto al mar» y en «Qué mas da». Cuando no hay pretensión y es tan sólo este noble sentimiento el que nos guía, el resultado es como el que aquí podemos disfrutar. Porque la música de Kikí es el eslabón perdido entre distintas generaciones, y quizás por ello que las continuas referencias y percepciones temporales no sean casuales, imperando un optimismo hacia el futuro. Al fin y al cabo, «la felicidad no es casual». Ni tampoco las buenas canciones. Felicidad en punto.