Vuelven a pasar bastantes años para la edición de un nuevo álbum de Luz, en esta ocasión, debido a difíciles momentos personales. Seguramente es por ello -aunque ya venía dibujándose en el anterior- lo que explica la frialdad y melancolía que caracteriza a “Un Mar de Confianza” (Hispavox, 1999) y que va desde su arte -ahí a la izquierda tienen la portada- a sus letras, arreglos y atmósfera. Que se entienda lo de frialdad no como falta de emotividad, sino como doliente y solitario; vamos, todo lo contrario. Eso se respira en buena parte de sus mejores canciones, “Sumisa”, “Mi confianza” o “Sentir”, por ejemplo.
Con este disco entramos en la etapa más madura de la artista, en la que los agitados movimientos de su juventud -qué lejanas quedan ya “No aguanto más” o “Rufino”- dejan paso a otros más adultos e íntimos, cercanos a la canción melódica pero con un tratamiento personal y contemporáneo.
Parece que estoy describiendo un puro valle de lágrimas, pero que no se me asuste nadie. El disco no cae ni en la reiteración y ni el martirio gracias a momentos como “Despierta, mi vida” o “Aquí estoy bien”, pero son las otras la que mejor retratan el actual estado artístico de Luz.