«Un Hombre Solo» (GASA, 1984), o el adios definitivo de Décima Víctima ofrece pocas novedades, aunque remonta el nivel mostrado en el anterior corto, «Un Lugar en el Pasado» (GASA, 1983). Lo cierto es que la categoría de grupo de culto que la banda posee podría haberse mermado si esta hubiera seguido en activo un tiempo más, a tenor de la poca variedad de ideas ofrecida a estas alturas, no ya en tiempo, sino en número de trabajos. O no, quién sabe, pero si que es verdad que «Un Hombre Solo» ofrece exactamente los mismos defectos y las mismas virtudes que el anterior largo, «Décima Víctima» (GASA, 1982), con un descenso cualitativo producido por el desgaste, eso sí.
Y no es que haya caducidad de ideas, pero si algo de monotonía. Curiosamente el primer LP es notoriamente más experimentador que este, estilísticamente más comedido, sin llegar a la camisa de fuerza que aprisiona al anterior sencillo. Pero las canciones destacadas de este trabajo no son truenos demoledores, sino más bien fogonazos.
Comienza con los excelsos ecos recitadores a lo Nick Cave de «Sobre otra ruta», con furia entrecortada de guitarra entre polvo y barro, para dar paso a las claroscuras «La frontera perdida» y «Cautivo y desarmado», mejor esta última, ambas correctas composiciones, carentes de algo de gancho. Exactamente lo mismo que «Noctámbulo», algo lineal en su discurrir.
Afortunadamente, la canción que da título al álbum recobra la energía necesaria. Desatados mejor. Soberbios en la cuerda floja. La soledad del funambulista, la del ser humano, en definitiva.
El efecto de la dormidera comienza hacerse pesado y plomizo, hundiéndonos los pies enfangados más y más, y tan sólo dejandonos una última exhalación en «Una vez más», en un disco demasiado denso.
Y esta es la historia de un grupo cuyas grandes canciones son mejores que las del resto, pero que, por qué no decirlo, también tiene algunas que no están a la altura de la leyenda.