Decimos que es el debut de Vetusta Morla pero eso no quiere decir que sea un grupo de principiantes. Nada menos que diez años han pasado desde la formación de la banda hasta llegar a este “Un Día en el Mundo” (Pequeño Salto Mortal, 2008). Y es curioso porque cumplen todos los tópicos de una banda casi recién formada. Tanto tiempo llevan en el camino que hasta la industria del disco ha cambiado desde sus inicios. Tanto que hasta han recurrido a la autoedición (aunque de lujo) para su primer trabajo.
Y, así, unos veteranos debutantes se presentan, con unas ventajas que se perciben muy pronto: una robustez instrumental muy lejos de la media nacional juega a su favor, tanto como la seguridad de su vocalista Pucho para entonar canciones con alma de himnos para ser coreados (ejemplos como “Sálvese quien pueda” en la que dicen “hay tanto idiota ahí fuera”, ¿se referirán a los que no han sido capaces de ver su potencial?).
Pero ser buenos instrumentistas y tener un vocalista que confía totalmente en sus posibilidades no garantiza nada. Lo habitual es que las composiciones se pierdan en unos medios tiempos herederos de U2 o de lo peor de Coldplay. Ese salvamundismo y el abuso del vibrato –que llega a irritar bastante antes de llegar a la mitad del disco- parecen, qué paradoja, los recursos que han hecho del disco todo un éxito. Más cercanos de unos esforzados Melon Diesel (“Un día en el mundo”, la incómoda “La marea”) que de un grupo con auténtica personalidad definida, parecen entender la potencia con la subida de volumen de las guitarras.
Pero, siendo justos, el disco funciona a ratos. Por ejemplo en “Pequeño desastre animal”, con un sonido de rock urbano autóctono con raíces en gente como Antonio Flores (y, por cierto, con un inicio muy parecido a “Y si fuera ella” de Alejandro Sanz) o la emotiva y coldplayiana “Copenhague”, con una cita a la sensacional película de Wim Wenders “Alicia en las Ciudades” (1974).
Por el contrario, nos encontramos con esos intentos de rock «machote», como en “Valiente” o la terrible “La cuadratura del círculo”, con una parte central saqueada de “Agosto esquimal” de Maga con el que comparte (o intenta) ciertos sonidos aunque con un discurso menos elaborado. Sin duda, la peor parada es la horrorosa “Sharabbey Road”. Si pretende ser homenaje a The Beatles es bastante deslucido. Y su lectura política superficial tampoco suma.
En resumen, un disco sobreproducido por canciones a las que quizá se le han dado demasiadas vueltas, y esa misma producción sobredimensionada puede dar apariencia de robustez que ha deslumbrado a algunos hasta hacer declaraciones ridículas, como las del periodista musical Santiago Alcanda, que dijo que era “el mejor debut de un grupo en la historia de la música española”. Suponemos que no ha escuchado los primeros trabajos de Veneno, Pata Negra, Vainica Doble, Los Pegamoides, Parálisis Permanente, Paperhouse o Family, por citar algunos.
No estaría de más que en vez de abrir el disco con una canción titulada “Autocrítica” -por cierto, ¿otra cita cinematográfica a la mediocre película de Axel Corti “La Puta del Rey” (1992)?- se cerrase con ella. Serviría para afrontar el futuro con mayores garantías, por parte de un grupo que no obstante y pese a todo lo dicho sí que parece encerrar suficiente potencial dentro como para ofrecer más, mucho más, que lo que encierra esta discreta entrega.
Existe también una edición especial con el mismo contenido pero con el añadido de un DVD titulado “La Canción Número 13”.