«Yo huyo de la provocación, pero parece mentira que a las puertas del siglo XXI haya gente que se escandalice de la gran broma surrealista que es este disco», declaró su autor cuando por fin fue publicado «Tres» (Chrysalis, 1999). Lo cierto es que lo que escandalizó no fue tanto el qué como el quién. Aquí se encuentra al chico tímido y serio aullando «tururú”, parafraseando a Chiquito de la Calzada y a Lina Morgan, entregándose a juegos de palabras no poco toscos (“el preso me pone en su radiocasette”) o coreando a la vez “We Will Rock You”, “Ring my bell” y “Secret”. Todo lo justifica el fin de divertirse y divertir.
“Padre, soy pajillero, maricón y drogadicto, bakalaero, okupa, rojo, puta y bizco”. Así es como deberían presentarse todos los trabajos de los ídolos de adolescentes. Así arranca el disco maldito de Javier Álvarez, salpicado aquí y allá por referencias culturales desconcertantes y amagos de versiones (la que más se acerca es «Un año más», de Mecano, con unos versos acoplados al final de «El preso me pone»).
Su publicación se retrasó tres meses porque su autor se empeñó en que saliera tal y como lo registró, pese a que había problemas con los derechos de autor de «In the summertime» (popularizada por Mungo Jerry), presente en el primer sencillo, que, para rematar la maldición, fue censurado (por los versos arriba escritos) en la mayoría de las radiofórmulas. El contraste entre la gran acogida de su anterior entrega y el escéptico recibimiento a la presente monstruosidad (una única semana en la lista de AFYVE) era la coartada perfecta para la discográfica, no del todo contenta ya desde un principio con el contenido del disco, para dejarlo abandonado a su suerte. “Cero cero” sonó fugazmente donde no lo había hecho “Padre” y su mejor álbum para Chysalis no tardó en ser descatalogado.
Es justo añadir que no se trata precisamente de una colección de singles. A diferencia de lotes anteriores (y posteriores), los cuarenta y tres minutos y medio de anarquía, vacile y creatividad, tienen sentido dentro de «Tres», pero no todos sobreviven fuera. De hecho, incluye algunos temas insustanciales o mejorables (“One”, “El preso me pone”, “Deja”), si bien da la sensación de que incluso estos son necesarios para cohesionarlo. En cualquier caso, los pilares, son otros. Aunque las letras de “Cero cero”, “La huida” y “María Luisa”, no vayan a maravillar a nadie, están muy bien abrigadas. Otro sobresaliente para Suso Sáiz.
Mejor rematadas si cabe están “Patio” (inspirada por el matrimonio Aznar Botella), “Manda” (rodeo a su situación en la industria discográfica), “Otra estación” -vestigios de «Dos» (Chrysalis, 1996)– y la mencionada “Padre”, tejidas todas ellas cuchillo en mano.
En medio de la tormenta, descuellan tres canciones de amor más o menos atormentado: “Tururú”, “… y los dos” y “Secuela”. Manteniendo la voz de Javier, esta última sería revisada dos años más tarde por la Orquesta Barroca Valenciana para la banda sonora de «Sagitario» (2001), de Vicente Molina Foix. Como broche a todo este desmadre, el pop sin peros de «Tan real», la única que apuntaba claramente a single, aunque nunca llegó a serlo.
Este disco asombroso lleno de canciones imperfectas termina por dejar atrás a muchos de sus seguidores, quizás más satisfechos con la línea tomada por otros cantautores menos eclécticos, y siembra la duda en el resto: ¿después de esto, qué?