Para preparar parte de los temas que iban a componer su segundo disco, los componentes de Fario decidieron, como ya habían hecho en la elaboración de su anterior trabajo, escaparse en retiro espiritual el puente de diciembre de 2018. Se fueron a una finca familiar en La Mancha aprovechando uno de los escasos huecos que encontraron en una apretada agenda de conciertos. Si bien admiten no haber terminado entonces la estructura de todas las canciones que luego compondrían el álbum.
Pueden llegar a desconcertar a aquellos que requieren de etiquetas claras y concisas a la hora de escuchar música. Y es que Fario tan pronto hacen pensar en ejercicios de pop-folk, a la manera quizás de The Go-Betweens, atmósferas como las que tejían las guitarras del «Painful» (Matador, 1993) de Yo la Tengo o luminosidades melódicas apoteósicas como las del que muy probablemente sea su tema estrella «Tempelhof«, una canción que te queda dentro grabada y no te suelta.
«General invierno«, otro de los pesos pesados del disco, se arrastra de inicio como siguiendo la estela de un tema de la Velvet Underground metamorfoseando en otro de Dead Can Dance a medida que avanza el tema.
Su versatilidad, pudiendo trabajar a partir de las melodías vocales de Montse y María por un lado, o la oscuridad de la garganta de Javi, sirve igualmente para descolocar a quienes esperan de un único registro como sello personal del grupo. Pero a modo de pista, sí se podría adelantar que algo de las guitarras de comienzo de «Oda al silencio» tiene mucho del ADN del grupo.
Si la capacidad para crear ambientes etéreos y planeadores se ajustó excepcionalmente en su experiencia anterior «Viajera» (Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades, 2018) a la aventura espacial, diríase que en este caso, la apuesta del trío madrileño parece reposar más en lo sensorial. Elementos como aire, agua, tierra, viento, piedra, cielo, mar, lluvia, oro… se combinan y sustituyen actuando sobre el ambiente, pasto que se ve mecido, quema de semillas, tierra arrasada…
Dicen haber elegido a propósito una foto de los tres en un atardecer al lado de una piscina vacía (obra de Sergio Escalante) y haber encadenado las canciones en un orden justificado por el enlace de las letras y probablemente las sensaciones que despiertan en el oyente.
No falta en todo este juego sensorial, la piel, los labios, la boca como órganos y terminaciones sensitivas del ardor y la pasión en «El invisible«, una canción a la que han dado dos vidas independientes. La segunda, interludio separador entre el segundo y el último párrafo es una auténtica locura musical que se desata entre palpitaciones como el orgasmo de los amantes de la canción engarzados en la excitación mutua que canta la canción en su principio.
Lorca de comienzo de la cara B, con castañuelas de fondo marcando el fatídico paso del tiempo hasta llegar a las cinco de la tarde; hora de comienzo de festejos taurinos y de detonación para acabar con la vida del poeta.
Reconocen la participación del productor, Paco Loco, contribuyendo activamente en muchos de los temas que no venían perfectamente cerrados cuando entraron en su casa estudio de El Puerto de Santamaría (Cádiz) entre el 1 y el 5 de marzo de 2019.
Si el disco lo abre la lluvia tropical de «Duelo en el monzón«, se cierra en cambio con la lentitud de «A un hombre abierto» (similar a la de «Mar») que empieza con aires portugueses, como de Madredeus a los que posteriormente se van añadiendo rasguidos de slide guitar americana.
Un disco que masajea las sienes, arrulla y emociona por partes iguales.