Torres de Arena

Gana consistencia la vena solitaria de Txarly Usher. Lo acredita el ritmo de discos que edita a pesar del tiempo que sin duda requerirá mantener activa una máquina de afterpunk a dentelladas como son Los Carniceros del Norte. La historia de este otro proyecto en paralelo es otra, es la de la desnudarse, la de recordar a los seres queridos, para componerles cuentos o simplemente para no olvidarlos nunca; como este «Torre de Arena», que está dedicado a su madre. Quizás sea la copla que cantase Marifé de Triana que da título al disco y cuya versión se incluye, una de sus canciones preferidas.

Disco elaborado con el apoyo de los Sinnerdolls, que ponen su grupo como acompañamiento musical a las letras de Txarly y al que prestan su estudio en Bermeo para la grabación.

Priman los momentos lentos, priman los aires de casa fantasmal, los pianos que suenan a tienda de juguetes endemoniados, o de valses demoniacos. Susurro de viento, lentitud, quizás el único decorado posible para unas lágrimas de sangre que gotean sobre la nieve («Cementerio helado«).

Es un disco en el que hay guitarras, acústicas como en «Pequeñas tragedias» y otras que hacen pensar en Love and Rockets, Elliot Murphy o cualquier otro señor de la oscuridad metido a hacer composiciones de pop. Esas guitarras que convierten a «La chica que jugaba» en una maravilla; otra más en el repertorio de Txarly Usher.

Entre tanta épica de la quietud, del sentimiento profundo, balancines sentimentales de los que «Delirio» no es más que un ejemplo, también hay momentos decididamente más enérgicos como «Tesoros malditos«, otra de las que establece puentes con ídolos del género del vodevil de oscuro como Nick Cave.

Sigue adornandóse también de electrónica, como la que tiñe de olas por detrás «Desprogramar«, uno de los ladrillos con los que construir el poliédrico universo de fantasmas, de poesía y sensibilidad de cada uno de sus discos.

Uno de sus discos más completos.