Increíble debut el de Bigott, ese personaje huidizo desde un primer momento comparado con los grandes -Will Oldham o Bill Callahan- que, lo cierto, no es que sólo resista la comparación y su nombre al lado del de estos no desentone, sino que su propuesta, sin venir de Maryland ni tampoco de Kentucky, más bien desde Zaragoza, tiene mucho y bueno que decir.
Borja Laudo se nos presenta rodeado de amigos de gran altura ("yo no colaboro con nadie, son todos malísimos"), como Andrés Perruca (El Niño Gusano, Tachenko o The Secret Society), Javi Vicente (Big City), Javi Íñigo de El Huracán Ambulante (la banda de Bunbury) o, como no, Clara Carnicer, y cuidando cada canción milimétricamente, nos regala un disco enigmático y onírico ("Anglicos", "Smile"), con pasajes de gran saudade y melancolía ("Wings of my love", "Country-Co"), pero también con energía arrolladora y gran intensidad ("King of Patio", canción de la que el sello toma el nombre).
Continuando en cierto modo la tradición de bandas como Migala, y situándose sin duda en el escalón de los benditos outsiders nacionales, Bigott es capaz de sumergirnos en una duermevela que embota nuestros sentidos, nos aprieta, nos asfixia, y nos retuerce con intensas descargas estimulantes, como en la jazzística e inquietante "Riorey", donde los certeros cortes de los metales y el tarareo redentor de una mujer nos agitan del rincón miserable en que yacemos otorgándonos algo de ilusoria esperanza. Tremenda.
La sugerencia y tristeza que destila Borja Laudo en cada uno de los cortes, sin duda una de las mejores voces en nuestra escena, hace que cuando uno se aproxime al final del disco con "Drunken Mosquito" no tenga más remedio que revolverse, carraspear un poco y volver a ponerlo de nuevo otra vez. Viva Bigott.