Siroco

Siroco

De alguna manera, en “Siroco” (Universal, 1987) convergieron todas las caras que el arte poliédrico de Paco de Lucía había mostrado desde sus inicios. Aquí encontramos, fundidos en uno sólo, al guitarrista clásico en la línea de Sabicas o El Niño Ricardo, y al innovador que toca junto a músicos de jazz. El prodigio que se consuma en “Siroco” es el de hacer prácticamente imperceptible la frontera entre uno y otro.

Se trata, además, de una colección de enorme belleza, coherente y compacta, con un Paco inspiradísimo en el terreno compositivo. El compás fluido, el swing casi, de “La Cañada” (tangos) abre de forma brillante el disco. Le sigue la emocionante rondeña “Mi niño Curro”, pieza en la que, milagrosamente, las audacias armónicas del guitarrista nunca suenan fuera de lugar. El bailaor Juan Ramírez da el pistoletazo de salida a la “La Barrosa” (alegrías), vibrante ejercicio de fuerza y virtuosismo. La música de Paco resulta aquí tan evocadora que uno tiene la sensación de estar saboreando la sal y la brisa de ese “primoroso mar de Cádiz” del que hablaba Alberti. La poderosa rumba “Caña de azúcar” continúa con el embrujo y tras el nervio rítmico de las bulerías de “El pañuelo” llegamos a la minera “Callejón del muro”, de una hermosura solemne, donde Paco introduce la técnica del trémolo. Con la gracia de “Casilda” (tanguillos) regresamos a Cádiz. Es ésta, con toda justicia, una de las composiciones más populares de Paco. Cierra “Siroco” el homenaje, en forma de soleá, al Niño Ricardo, maestro admirado y añorado.

Pocas veces logra un artista captar con tanta precisión como en "Siroco" la esencia de un pueblo, de un paisaje, de un estado de ánimo.

Imprescindible.

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