Este LP cierra su trilogía de Canciones de Amor y Muerte, iniciada con “Rito” (Ariola, 1973) y continuada con “Espuma” (Ariola, 1974). Desde el principio deja claras las cosas con su subtítulo de “Canciones de Muerte”
Utiliza algunos textos que ya habían aparecido formando parte del primer poemario del autor: “La Matemática del Espejo” (Hiperión, 1975). Un trabajo dedicado a la muerte, pero no siempre una muerte oscura y triste, basta con escuchar esa casi humorística “Ladilla” con aires jazzísticos en el acompañamiento e ironía a raudales en la letra en la que da rienda suelta, entre otras cosas, a sus apetencias cinematográficas.
También temas oscuros, oscurísimas y escritos para sí mismos como ese “La pintura de Antonio Saura”, en el que Luis Eduardo nos lleva a contemplar un cuadro de este pintor abstracto amante del blanco y negro.
Reflexiones sobre la muerte cargada de bellas imágenes poéticas: “el terror que producen las uñas cuando se clavan en el aire” que da inicio a una de las mejores canciones del álbum.
Según avanza la escucha, la certeza de la muerte nos va poseyendo como el parto último que nos propone en “El dolor cumplido” o la surrealista y macabra “Un sarcófago lleno de muñones” que invita al suicidio como final lógico, y el entierro en “Pálidas campanas del mediodía” como una despedida de las visiones cotidianas que desaparecen.
Pero esto son apenas unos pobres trazos de toda la riqueza poética que encierran las letras de este LP, hasta ese momento seguramente las mejores letras de canciones, más bien poesías con acompañamiento instrumental, escritas por Luis Eduardo Aute.
Reflexiones empero sobre la muerte inevitable que nos arrancará del mundo y a la que nos pasamos la vida engañándola, o más bien engañándonos a nosotros mismos. Una obra conceptual de arriba debajo de la que con buen criterio no se extrajo ningún sencillo, salvo discos promocionales, pues hay que observarla como un todo sin posibilidad de distinguir en él diferentes partes.
Entre los acompañamientos, hay que fijarse en el difícil e imprescindible papel del saxo de Pedro Iturralde en varios temas y, una vez más, en esa querencia del autor por las cuerdas quejumbrosas del violoncello de Pietro Corcatola.