“La ‘primera fase’ de Juan Perro, hasta 2002 estuvo dedicada a la aproximación a la tradición son rural cubano, motivada por el hecho de que es la negritud que canta en castellano”. El propio Santiago Auserón marcaba en una entrevista para televisión un antes y un después de “Cantares de Vela” (La Huella Sonora / GASA, 2002), y esta nueva etapa se plasma en “Río Negro” (La Huella Sonora, 2011), un disco de estudio que se hizo esperar nueve años y en el que se percibe la influencia de la música de Nueva Orleans. El propio músico aragonés traza también el nexo entre el nuevo trabajo y los anteriores: “Los ritmos afroamericanos en relación con el verso hispano; ahora me estoy moviendo entre la herencia del blues y la lengua romance”.
El manantial del “Río Negro” bebe por lo tanto del blues, el rock & roll primitivo y el jazz menos académico. Para grabar estas doce nuevas canciones Auserón optó por la autoproducción y una nómina de músicos escueta -sin arreglos de viento, por ejemplo- pero con nombres de excepción: el cubano Moisés Porro a la batería, Joan Vinyals a la guitarra, Isaac Coll al bajo y Javier Mora a los teclados. El propio envase es también austero, priorizando la música y las canciones.
A ritmo vivo, la pieza homónima abre el álbum, lo que semeja un lamento por la tragedia del Katrina y en la que la negritud asoma hasta a los versos: “Vieja mina de carbón / se ha derrumbado el pozo de la ilusión”. También sobre esta desgracia parece versar “Pies en el barro”, que Auserón escribió en Nueva Orleans en un día de lluvia torrencial, y que insta a tomarse la vida sin grandes ambiciones: “Pies en el barro / lo más sensato es / olvidar los zapatos que compré”.
“Malasaña” homenajea al barrio madrileño y pone más vivacidad a un ritmo que descansa con la deliciosa nana “Duerme zagal”, con aires de jazz y quizá lo más brillante del disco.
“Reina zulú” mantiene el nivel alto y lo mismo hacen “Una bestia que ruge” y “Poco talento”, dos pinceladas sobre las limitaciones de uno mismo, esta última con mucha gracia: “Cuando sea un sesentón / ya tendré las cosas claras / pintaré mi habitación / y afinaré la guitarra”.
“El mirlo del pruno”, con una letra de aire medieval, homenajea a un pájaro que cantaba cada tarde a la ventana de Auserón en sus momentos de siesta. “Girasoles robados”, que según el propio autor suena “a onda californiana, cuando Eric Burdon se juntó con War”, habla del deseo y la fugacidad de éste: “Quien anda en busca de amores / toma la flor por lucero / y las estrellas por flores”.
“La nave estelar”, escrita en décimas, carga contra la actividad rapaz del ser humano: “Estoy empezando a buscar / algún planeta habitable / porque el aire respirable / está empezando a faltar”. Le sigue “Pájaro de Siracusa”, con marcado sabor brasileño, que vuelve a hablar de aves en un anhelo de libertad: “Si yo me reencarnara / ser un mirlo negro quiero / y cantar en una rama / desde principios de enero”.
Cierra el álbum “El forastero”, buena canción de despedida y que deja un espacio para el lucimiento de los músicos. Un disco preciosista en el que Auserón continúa puliendo su habitual buen hacer con las letras y las melodías, y que a pesar de su planteamiento austero, muestra un sonido de banda lujoso y bonito.