«Rebuznos de Amor» (Belter, 1983) supone la maduración de los ecos nuevaoleros de los cuales bebían Los Rápidos, siguiendo los mismos derroteros y añadiendo sonidos más sintéticos, preponderancia de teclados y caja de ritmos sin renunciar a descargas de guitarras al más puro estilo Dinarama, y sumergiéndose en muchas ocasiones en una oscuridad lírica muy de la época, con bandas como Gabinete Caligari al frente, algo que queda patente desde el minuto uno con la instrumental «Hoy no cruzo».
El disco está plagado de temas míticos. El primero de ellos es, sin duda, «Huesos», no la versión que todo el mundo conoce, más guitarrera y que vendría recogida en «Jamón de Burro» (GASA, 1987), sino un delicioso temazo tecno-pop inevitablemente bailable y atemporal donde ya se puede intuir un influjo arabesco y cuyo teclado nos sumerge en una vertiginosa caída libre en espiral.
En «No puedo más» un amante frustrado nos grita sus lamentos por su no formalización ante el entorno de su amada; la canción recuerda mucho al estribillo de «La línea se cortó» de los Pegamoides. La estruendosa «Hazme sufrir» es una alegre oda al masoquismo que deja perlas tales como «lo que quiero es ser infeliz» o «no intentes complacerme, hazme sufrir». Par de aperitivos ante lo que se avecina de seguido: «Portugal» y «Disneylandia».
«Portugal» es un tema excelso lleno de cambios de ritmo y con un halo onírico en el que Manolo García se entrega por completo -y diría que por primera vez- a ese deje tan flamenco característico suyo. Una canción trepidante con un final orgásmico que uno lamenta no siga creciendo en intensidad. Por su parte, no destacar «Disneylandia» debería ser pecado, pero ello da fe de lo buenísimo de este disco. Una balada de sueños rotos con frases emotivas como «vueltas en la cama sin parar / no está mal, sólo duermo más ancho» o «Dios la de problemas que me das / pero da igual / si tu te vas yo muero». Grandiosa se mire por donde se mire.
«Mi novia se llamaba Ramón» sea quizás la peor parada líricamente, pero tiene algo de adictivo, el sello que Los Burros le supieron imprimir a sus canciones. De nuevo regustillo gótico y ambigüedad, dos de las máximas ochenteras.
Espacio también para las canciones de pop-rock vitaminado de la etapa anterior, como en «Conflicto armado», «El himno de los cazadores de vacas» -la más floja del lote, recuerda un poco a los ecos tribales de Zombies en «La Muralla China» (RCA, 1982)– o «El faro del fin del mundo», enérgica y con brío.
Se cierra este discazo con «Moscas aulladoras, perros silenciosos», otra joya de pop nuevaolero que nos regalan Los Burros, y por las que se han convertido con el tiempo en un grupo que, aunque no valorado en su época, goza de un gran prestigio, no sólo como mero preludio a El Último de la Fila.