Alejada de ese celofán tontorrón que fue Álex & Christina, donde Rosenvinge no se sentía cómoda y sus letras eran guardadas en un baúl por falta de espacio en el que encajar, la hispano-danesa se arma de valor y confianza y, cambiando de aires, se viste de cuero y leopardo para dar vida a Christina y Los Subterráneos. Haciéndose acompañar de músicos ciertamente competentes y erigiéndose como compositora y letrista, la dulce Christina, que nunca dejó de serlo a pesar de querer hacerse pasar por una tipa dura, da forma a un disco sobresaliente con temas que pasarían a formar parte de los hits del rock en nuestro país. Nacen por tanto en 1991 temas como “1000 pedazos”, “Voy en un coche” o “Pulgas en el corazón”, canciones que serían tarareadas por cierta multitud, y que hoy en día sus estribillos aún son capaces de ser rememorados incluso por aquellos que en a principios de los 90 no eran más que unos mocosos.
Sonido guitarreo y la participación de Ray Loriga, Pancho Varona y Antonio García de Diego en la composición, Christina y su banda, revestidos de chulería y acordes de bar americano, construyen un disco urbano con olor a whisky y nicotina que con sus diez canciones enganchan. Letras y actitud canalla que hablan de vivencias cercanas, situaciones comunes, que van desde la amistad o la abulia, hasta el eterno y recurrente amor. Todos ellos sacando el máximo partido a la falta de potencia sonora de Christina, que lejos de la garra dura y desgarrada que demandan los sonidos, exprime su sensualidad susurrante, apelando a la libido al dibujar a ese rostro angelical escapando a toda velocidad en un coche o empuñando una pistola.
Un disco destacable e interesante que marcaba un nuevo camino en la carrera de Christina, una joven en busca de su lugar encima del escenario.