Siguen movidos los cántabros en su nuevo trabajo por la sed de venganza hacia el entorno que les rodea. Lo sostienen explícitamente en su último corte, «La motosierra (el retorno)«, amenazando directamente a la «raza del mono«, para la que prometen la hoja dentada de destrucción. Descargan su grito de guerra desde esa unidad indisoluble que forma el dúo para encarar la lucha a dentelladas contra todo: Elizia a cargo de teclados y secuencias y Ricardítiko del resto. Y resulta por ello fácil caer en la tentación de interpretar en estos términos el dibujo de los dos esqueletos besándose en la portada en un atardecer nuclear, o extrapolar a ellos dos la historia contada en clave de forajidos de leyenda en el desierto de «Dos balas equivocadas».
Sus canciones hablan efectivamente de seres endemoniados y criaturas fantasmales, pero son en realidad instrumentos ejecutores de castigos y revanchas. Así los muertos vivientes de «Zombis» tienen más de virus portadores de la putrefacción con la que arrasar la civilización humana que de hambrientos devoradores de carne en una película mórbida de terror.
De igual manera, la protagonista de «Christine» es una criatura desfigurada que habita escondida en el interior de un sucio teatro en el Londres victoriano, y recibe de la musa diabólica que le inspira cuando aporrea las teclas de un viejo piano la fuerza necesaria para vengarse ante la sociedad que la margina y ponerla a sus pies en una actuación única.
Paladean en esta ocasión la contención en composiciones que transcurren más lentas que otras veces, sin incurrir en las cabalgadas de antes salvo en el caso de «No puede ser«. Vertebradas con teclados casi de cristal, rasgueos de guitarra para las atmósferas tenebrosas y saturaciones de reverb y acoples para los aullidos que salen en la transfiguración a bestia animal de la voz principal, la música transcurre más remolona, como regodeándose en esa forzada quietud.
Paralítikos canta a los seres de las tempestades, a ángeles asexuados; canta de Nautilus fantásticos sumergidos en el frío glacial de las aguas de un océano atemporal, pero sobre todo a los ausentes de la luz de Dios, a los herejes que hacen tambalear los pilares de la Iglesia y que profanan catedrales. Consiguen de nuevo llevar toda esta imaginería y maneras góticas a la protesta salvaje punk contra la explotación que ejerce la burguesía, a la lucha en las trincheras antisistema. Sus antihéroes son, una vez más, los que nada tienen que perder, los que saltan al vacío sin mirar atrás… Por eso con canciones como «Nada que perder» seguirán poniendo los pelos de punta.
Este «Predestinados» se ha vuelto a grabar asistidos por Javier López Jato -«Javeta»- en los estudios Vumeter y como en su entrega anterior, lo edita Artimaña Records. También mantienen un esquema similar de diseño de portada al de su «La Senda de los Antihéroes» (Artimaña, 2012). Pero lo verdaderamente determinante es que, como ya ocurriera con sus discos anteriores vuelven a utilizar de forma convincente las maneras más oscuras del punk en su eterna cuenta pendiente con la vida.