Nos encontramos con el disco que marca el inicio de la madurez de Paco Ibáñez. Se le nota en su voz agravada, en ese recrearse sin prisas en cada palabra, en su guitarra cada vez más aflamencada y en una factura formal cargada de sabiduría. También se nota en su apertura dentro siempre de la poesía española. Y es que hasta ahora el Siglo de Oro, el romancero y sobre todo el siglo XX habían sido sus caladeros. Ahora abre el abanico para fijarse en el romanticismo y el modernismo en varios de sus poetas y poemas más conocidos. Por primera vez en su cancionero aparecen Bécquer, “Volverán las oscuras golondrinas”, Espronceda, “Canción de la muerte” y Rubén Darío, “Juventud divino tesoro”.
Llama la atención a Lorca en “Córdoba, lejana y sola” convertida prácticamente en un cante jondo y a renglón seguido la “Amada” de César Vallejo imbuida de un inequívoco aire andino con imitación de charango. Sigue otro poeta sudamericano, Rubén Darío del que convierte su “Juventud divino tesoro” en una desgarrada pérdida sin remisión. A Machado lo envuelve en aires de valsecito, al estilo de María Dolores Pradera, para musicar “Tus ojos me recuerdan” y a El Ingenioso Hidalgo le guiña el ojo en «Ya no hay locos».
Pero si hay una poesía conocida y de difícil adaptación son esas golondrinas de Gustavo Adolfo para las que Paco casi renuncia a su guitarra para asociarse a la cuerda del violín y al fuelle del acordeón mientras recita los versos para decirnos una vez más que esas golondrinas que aprendieron nuestros nombres, esas ya no volverán.