Tras dejar atrás un nombre tan feo como Los Props y con tan sólo una maqueta en el mercado, Houston Party los llama para editar su disco de debut. Más veloces no podían ser el cuarteto mallorquín. Y es cierto que la música que se desprende de «Piruetas en el Aire» (Rhonda, 2004) venía que ni pintada al sello barcelonés.
Tras el éxito alcanzado por el debut de Lori Meyers, «Viaje de Estudios» (Houston Party, 2004), y con el reciente subsello para grupos nacionales de Rhonda Records, Amarillo parece una buena opción. Con un sonido heredero del indie pop de los 90, en especial Los Planetas en intenciones y La Habitación Roja y Cecilia Ann en resultados, lo tienen todo para llegar a una buena porción de público que demanda un género en sí mismo, y que no le importa que las canciones no tengan excesiva personalidad. Porque de eso no puede presumir este disco.
Al igual que en la maqueta, se vuelven a poner en manos del mismo productor que les grabó esta, Guillem Coll. Se abre con «La historia interminable«, la mejor canción del álbum. Vigoroso trallazo de power pop en la línea de unos The Lemmonheads o los Weezer menos melancólicos, perfecta para el sano deporte del air-guitar y el meneo de cabeza. Como si Australian Blonde hubieran cantado en español a la altura de «Pizza Pop» (Subterfuge, 2003) y no cuando ya era tarde.
A esta le sigue la elegida para ser ilustrada con un clip, «Cecidedice«. Enternecedora tonada en la línea de Teenage Fan Club, sombra que les acompañará en cualquiera de las críticas de esta grabación; no va en demérito de la canción sino que es todo un piropo. Melodías vocales hermosas y pequeños apuntes de distorsión para otro triunfo.
El problema es que, si dan en la diana en los dos primeros cortes, parece que pierden el tino en el resto del disco y cada vez les cuesta más acertar al palillo. La prescindible «Famosa«, que parece un descarte de Me Enveneno de Azules, y la terrible «Siete«, que parece un descarte de Los Flechazos o de algún oscuro grupo mod de los que surgieron en la segunda mitad de los 80 en España, hacen que poco a poco, y a pesar de la brevedad de las canciones, el disco se espese y aburra.
La energética «El conquistador» parece volver a reflejarse en algunas de las composiciones de Alejandro Díaz (Cooper). Eleva un poco el interés pero tampoco demasiado. Y así va transcurriendo el minutaje sin sorpresas; sin molestar pero sin emocionar demasiado. Cuando se ponen sicodélicos no les sale, como en «Sombras» o en «No me escuches«. Cuando se ponen brutos, como en «Contratiempo» no suenan creíbles. Y cuando se trata de buscar la ternura, como en «Aurora«, no salen bien parados de una excesiva colección de tópicos.
El disco se cierra con un bonito «Bonus track» (titulado así) que rompe un tanto el aire monocorde del conjunto. Y es que se pueden hacer muchas piruetas en el aire, pero se corre el riesgo de caer y no salir bien parado.