Inmediatamente después de pulsar el play uno ya sabe perfectamente la que se le viene encima, y agarra el impermeable, la coraza y lo que haga falta para protegerse de las capas de intensidad deudoras de ese bendito género algo olvidado ya que encontró en el «Young Team» (Jetset, 1997) de Mogwai su profético y máximo exponente. Intensidad generada a base de contraste de sentimientos y emociones capaces de sumir a uno en breves segundos de la quietud amniótica a la amargura de una ruptura.
Doce años después (hay que ver cómo pasa el tiempo), Tannhäuser viene a desenterrar el testigo con este álbum de debut, de referentes muy claros -los ya citados Mogwai, Explosions in the Sky, Migala.- y que de algún modo traen consigo la energía arrebatadora del post-rock más cándido.
Obra antropológica –«Ötzi», la momia humana natural más antigua, el poeta alemán errante «Tannhäuser»– y sensorial (¿Se puede ser sensorial sin ser antropológico? ¿Se puede ser antropológico sin ser sensorial?), los de Sevilla traen el sabor jazzístico («Poseidonia») de bandas barcelonesas setenteras como Iceberg, Secta Sónica o Máquina!, pero con un gran aroma andaluz. Y es precisamente en el «Disturbio» más desenfrenado donde el grupo muestra todas sus armas, sin duda la canción con más personalidad propia del disco, tras un tema como «Temporal», que quizás recuerde excesivamente a Mogwai y sus explosiones de rabia. Rabia contenida, resaca marina -y no marina-, salitre, sed. Con «Fin de año» y «Turmalina» acabamos exhaustos, casi igual que después de un buen orgasmo.
Muchos dirán que este disco llega tarde. Yo digo que cualquier momento es bueno para un buen disco como este.