Dice que van un músico que se pinta las uñas de negro, otro que imita a Brian Eno, un director de cine porno y un escritor que le gusta hablar de cochinadas y se ponen a grabar un disco homenaje a Leopoldo María Panero. Pues no es un chiste.
En el verano de 2001, Carlos Ann decide poner música a los poemas de Panero. Probablemente víctima del sofocante calor, no sólo cree haber dado con la idea definitiva, sino que intenta convencer a unos colegas para que se unan a su objetivo. Así fueron cayendo unos años después Enrique Bunbury, José María Ponce y Bruno Galindo. Al parecer, todos comparten su inclinación hacía lo extraño, la locura, lo abyecto y lo hediondo. Y el rey de lo hediondo ya saben quién es, el poeta Leopoldo María Panero (a quien, por lo demás, un servidor admira). Así que en el 2004 sale publicado este disco-libro y, al parecer, con una acogida mucho más favorable de la esperable (y de la merecida).
Cada uno pone lo suyo a la hora de abordar los treinta poemas que incluyen en el disco-libro. Bunbury se deja la garganta intentando llevar a su terreno los versos, no logrando sino irritar y, en algunos casos, destrozar, las depravaciones verbales del poeta. Carlos Ann reviste de electrónica todos los pasajes con un estilo rococó francamente insoportable. Muchas de las melodías son improvisadas. José María Ponce acomete una especie de spoken word totalmente borracho y Galindo hace lo mismo pero más sobrio.
Un año después, los cuatro apóstoles del Jesucristo de Mondragón, no contentos con ser los más culturetas del bar, deciden hacer un directo para luego forrarse editando el correspondiente DVD. Nadie les dice nada o ellos no escuchan a nadie, y continúan con su imparable aquelarre de destrucción masiva; sacan un documental, “Un Día Con Panero” (2006) junto con una segunda edición del disco-libro y una gira de presentación.
Especialmente bochornoso es el documento audiovisual, que recoge las aventuras de Ann y Bunbury un día que decidieron sacar de excursión a Panero y pasearle por la plaza. Durante el video puede uno sonrojarse viendo cómo los dos colegiales hacen pellas para aprender del abusón del cole a decir palabrotas. Vamos, a dos músicos comiendo la polla al último poeta maldito diciendo cosas como “y el Premio Nobel, ¿para cuándo?” o “No hace falta ser guapo para ser poeta”. Menos mal que Leopoldo no está tan loco como dice; al final del documental vemos al poeta entrar en el manicomio de Mondragón, y detrás de las verjas les despide dedicándoles un “sois vosotros los que estáis en la cárcel, no yo”. O deberían.